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Actualizado: 21 de julio de 2025


Frígilis se detuvo y contempló el monte Arco que tenía enfrente, el río ondulante que quedaba debajo y la franja del mar, azulada con pintas blancas, que se veía en un rincón del horizonte, en apariencia más alto que el río, como una pared obscura que subía hacia las nubes. Quintanar se sentó sobre una peña que dejaba descubierta el prado.

Dió después Martín la vuelta al prado de Santa Ana, hasta detenerse prudentemente a quince o veinte metros de la entrada del circo. Al ver a Linda le dijo: ¿Quieres venir? No puedo. Pues ahora te traeré las cerezas.

El capataz se alzó del suelo con el rostro contraído y sin responder á nadie, seguido de sus hombres, se lanzó por la pendiente abajo en busca de la boca de la galería que se hallaba próxima al pueblo de Carrio. Un estremecimiento de terror corrió por aquella muchedumbre. Todos adivinaron algo terrible y los siguieron. Sólo la tía Felicia, Flora y algunas mujeres permanecieron en el prado.

Puesto que no se encuentran moñas, llevaremos otra cosa. ¿Has visto por ahí, en el Prado y Recoletos, a un tío muy feo que lleva una cesta y en ella, puestos en cañas, formando como un gran árbol, multitud de molinillos de papel dorado y plateado y de todos los colores...? ¿sabes?, ¿molinillos que dan vueltas con el viento, y que los niños compran por dos o tres peniques?

En la primavera, cuando renace todo, da gusto ver el verdor de hierbas y follaje dominar la blancura de las nieves. Los tallos del prado que pueden respirar otra vez y ver la luz de nuevo, pierden su tono rojizo y su apariencia calcinada y adquieren primero un color amarillento y después verde hermoso.

El Prado de Valencia, El esposo fingido, El cerco de Rodas, La perseguida Amalthea, La sangre leal de los montañeses de Navarra, Las suertes trocadas y torneo venturoso, del canónigo Tárrega. La gitana melancólica, La suegra humilde, Los amantes de Cartago, de Gaspar de Aguilar. El amor constante, El caballero bobo, de Guillén de Castro. El hijo obediente, de Miguel Beneyto.

El gran Antonio Moro retrató magistralmente a uno llamado Perejón, que tenían los Condes de Benavente, y en el Museo del Prado le vemos de cuerpo entero y tamaño natural, ataviado con lujo y unos naipes franceses en la mano .

Como su resplandor era demasiado intenso, el capitán en vez de bajar por medio del prado á Entralgo prefirió seguir la calzada estrecha que lo rodeaba sombreada de avellanos y castaños. Por ella caminaba tranquilo y alegre cuando delante de él se apareció de improviso D. Lesmes caballero en su briosa jaca.

Manuel Mengana Olión. Tomás Santos Suárez Armando Sánchez. Darío Naranjo. Manuel Andreu. Encarnación Alfonso. José Ignacio Cáceres. Ramón Izquierdo. Esteban León. José Pérez Zequeira. Juan Aguirre. Germán Cauce. Antonio Plasencia. Enrique Salas Prado. Fortunato Cortés. Amador Rodríguez. Juan Garzón. Juan Sánchez González. Antonio Mendoza. Policarpo Garvey. Antonio Moiño. Juan José de la Paz.

Ya se hallaba a regular distancia, y cerca de perder de vista el venturoso prado, cuando la voz de Rosa rompió el silencio de la campiña, entonando una de las melodías largas y melancólicas del país. Detuvo el paso, y sonrió maliciosamente. Después, poquito a poco, deshizo el camino andado y se acercó de nuevo a la sebe.

Palabra del Dia

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