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Actualizado: 6 de junio de 2025
Quedando solo en el comedor, Juanillo cerró herméticamente las puertas, las ventanas y los postigos... Lo que así oculto hizo para hacer desaparecer, como si la hubiera comido, tanta carne nauseabunda, mejor es no contarlo, para no meternos en cosas sucias, ni entrar en gabinetes reservados.
Y durante toda la velada permaneció sentado en su choza despojada de su tesoro, no preocupándose de cerrar los postigos ni la puerta, oprimiéndose la cabeza entre las manos y gimiendo, hasta que lo tomó el frío y le advirtió que su fuego no era más que una ceniza gris.
De pie, apoyado contra los postigos entreabiertos, veía evolucionar a Alicia y Juana de Blandieres, bulliciosas y juguetonas, a la linda Mabel con Platel, y a Diana, cuyos cabellos negros se inclinaban complacientemente hacia James Milk.
Hoy es día de San Juan dijo abriendo los postigos, ¿qué presente nos reservará? Durante las primeras horas de la mañana, ocupóse en las tareas de la casa; a golpes de plumero perseguía el polvo, y cada golpe parecía descargarlo sobre la idea, que no la abandonaba.
»He hecho cerrar todos los postigos de su aposento, y a la débil luz de la lamparilla he visto cómo su tez recobraba poco a poco el color de la vida y su respiración, ya tranquila, levantaba su pecho a intervalos iguales. Entonces he besado su frente, húmeda y enardecida, y he salido de puntillas, procurando no hacer ruido. »A su lado quedan Antonia y la señora Braun.
Y en cuanto a mi, sorprendida por tal aparición, había entornado uno de los postigos de la ventana, y observaba los acontecimientos sin hacer un movimiento.
De una pequeña alacena sacó una vieja linterna herrumbrosa, y la encendió cuidadosamente, mientras nosotros dos la mirábamos llenos de interés y faltos de aliento. Después echó llave a la puerta y la aseguró con una barra de hierro, cerró los postigos de la ventana, y quedamos en tinieblas. ¿Iríamos a ver acaso alguna ilusión sobrenatural?
Andando a tientas por la oscuridad de la sala, abrió los postigos de la ventana; la luna puso en la alfombra dos cuadrados de luz. Algunos objetos emergieron, indecisos, y las caras de los retratos parecían manchas lívidas, suspensas en medio del marco dorado. Tenía todo algo de fantástico; se infundía en ella un ansia de cosas irreales. Se sentó en el radio de la claridad lunar.
Al llegar a los postigos que más allá del pórtico daban entrada a la nave, había crujidos de enaguas almidonadas, blandos empellones, codazos suaves, respiración agitada de damas obesas, cruces de rosarios que se enganchaban en un encaje o en un fleco, frases de miel con su poco de vinagre, como ay, usted dispense.... A mí me empujan, señora, por eso yo.... No tire usted así, que se romperá el adorno.... Perdone usted.
Para que veas que no te engaño dijo a su padre señalando al fondo del gabinete , mira qué obscuro está todo. En efecto: no se veía otra luz allá dentro que la que se filtraba por las rendijas de los postigos cerrados con sus aldabillas sobre las correspondientes vidrieras: la precisa para andar allí sin tropezones. Entonces fue don Alejandro quien se rió.
Palabra del Dia
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