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Actualizado: 23 de octubre de 2025


Por sus risas y cuchicheos comprendí que durante todo el día se habían divertido con los embustes de aquel buen señor, quien no ponía freno a su voluble lengua, ni aun en las circunstancias más críticas y dolorosas. El cirujano dijo que convenía dejar reposar al herido, y no sostener en su presencia conversación alguna, sobre todo si ésta se refería al pasado desastre.

Cuando se entregaba a la Aritmética, su cara se volvía lúgubre y desconcertada, cual si estuviera sometida a la acción de fenómenos morbosos. La Aritmética tenía para ella algo de enfermedad cimótica, y así, desde que absorbía con su atención aquellos miasmas deletéreos llamados números, se ponía pálida y se le alteraba el pulso. ¡Y pensar que no puede haber dinero sin que haya cifras!

Vengábase protegiendo ahora los amores de Mesía y Ana, «del idiota de don Víctor» que se ponía a comprometer a las muchachas sin saber de la misa la media; vengábase de la misma Regenta que caía, caía, gracias a ella, en un agujero sin fondo, que estaba, sin saberlo la hipocritona en poder de su criada, la cual el día que le conviniese podía descubrirlo todo.

Y era una costumbre entre estos Señores, que cuando aquello así se hacia, el que la tal borla le ponia en la cabeza al otro, juntamente con ponérsela, le habia de nombrar el nombre, el cual habia de tener de allí adelante.

Debía Chichoy decir cosas terribles porque hacía gestos asesinos con su soplete y ponía cara de tragico japonés. ¡Digan ustedes que se finge enfermo porque tiene miedo de salir! Como le vea... Al maestro le atacó otra violentísima tos y acabó por suplicar á todos se retirasen. Sin embargo, prepararse, prepararse, decía el pirotécnico. Si quieren forzarnos á matar ó á morir...

Si alguna vez salía por la noche, la atmósfera pesada y sofocante de las primeras horas de esta la ponía de un humor endiablado, y más aún el pensar cuán felices eran los que en aquel momento se paseaban en la Zurriola. Todo Madrid le parecía ordinario, soez, un lugarón poblado de la gente más zafia y puerca del mundo.

Mi vida tenía un objeto, y yo sentía santificarse mis sentimientos y levantarse mi corazón al suave contacto de aquella pequeña existencia pendiente de la mía. Continuaba viendo a mi hermana contadas veces: mi cuñado me mostraba cada día mayor hostilidad; y yo, indiferente y orgulloso, no ponía jamás los pies en Rucanto.

A veces, los profesores alternaban con ellos en estos juegos y llegaban a interesarse y a herirse en el amor propio; el capellán, principalmente, ya sabemos que se jactaba de sobresalir en toda clase de ejercicios corporales, y creía poseer las fuerzas de Sansón; así que le pinchaban un poco, se despojaba de los manteos y la sotana y se ponía a dar brincos como un zagal, cogía a los bueyes de las carretas por los cuernos, sacudía los árboles, enseñaba los brazos, levantaba los chicos a pulso y ejecutaba otras prodigiosas hazañas que recordaban las celebradas de Orlando furioso.

Entonces, entre las miradas de fuera y el pudor interno no se ponía tan gran baluarte de telas como se pone hoy. Abrumadoramente hermosa estaba, y sus ojos negros, que eran, como otra vez he dicho, los primeros ojos del mundo, es decir, los Bonapartes de la mirada humana, conquistaban al punto todo aquello a que dirigían su pupila.

Asimismo Tomasuelo se ponía zahareño y poco agradable en su trato con todo aquel rival que por cualquier causa era despedido definitivamente y seguía importunando.

Palabra del Dia

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