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Volvió a caer sentado en la mecedora, y aliviada su angustia con la laxitud del ánimo, que ya no luchaba con la impotencia de la voluntad, recobró parte de su vigor el sentimiento, y el dolor de la traición le pinchó por la vez primera con fuerza bastante para arrancarle lágrimas. Lloró como un anciano, y pensó en que ya lo era. Jamás se le había ocurrido tal idea.

Hizo un esfuerzo para clavar la espada, y el toro se estremeció dolorosamente, pero siguió en pie, rechazando el acero con un rudo cabezazo. ¡Una! clamó con vocerío burlesco el público de los tendidos de sol. «¡Mardita sea!...» ¿Por qué le atacaba esta gente con tanta injusticia? Volvió a apoyar la espada y pinchó, acertando a dar esta vez en el punto vulnerable.

Salió a la arena guapamente y se quedó plantado en mitad de ella, con el asombro de la luz después de la lobreguez del toril y del bullicio de miles de personas luego del silencio de los corrales. Pero así que le pinchó un picador, pareció llenar la plaza entera con su grandiosa bravura. No hubo para él ni hombres, ni cabayos, ni na.

Pero es que yo no la rompería tontamente sobre el escudo del otro, sino contra mi rodilla. Y así convertiría lo que no es más que un pincho inútil en una buena maza. ¿Y después? Dejaría que el otro me clavase su espadín en una pierna ó en el brazo, ó donde mejor le pareciese y luego y con toda calma le estrellaría los sesos con mi maza. ¡Bravo, Tristán!

Allí había de todo, reducido a nada; piezas de hierro con empleo desconocido, botones sin asa, escarpias sin punta, hebillas sin pincho, una regadera abollada, media petaca, un muelle de reloj, puchos recortes de trapo, dos carretes sin hilo y una zapatilla grande, vieja, de raso azul bordada de oro y con tacón Luis xv. ¿Y la otra? preguntó ella. No ha pareció; pero ¡mira!

Nieves pinchó con la tijera muchas veces el bordado, que ninguna culpa tenía de sus apuros, y se calló; pero su padre no se satisfizo con tan poco, y añadió a lo dicho: Si me hicieras el favor de explicarte... Porque el caso lo merece. ¡Yo lo creo! respondió Nieves sin titubear. Pues entonces...

En una de éstas un soldado guiri, ¡maldita sea su casta!, se fue a él derecho con el pincho en ristre.... ¿Qué dirá usted que hizo mi Don Ignacio? no se le ocurre ni al demonio.... Lo apartó con la mano como si apartase un mosquito, y el muy bárbaro abatió la bayoneta y se dejó apartar. Tenía el señorito entonces una cara.... Válgame Dios y qué cara.

Lo enganché en la charrette con la Linda respondió el centauro, haciendo una mueca horrible de disgusto dirigida a la simpática Valentina. ¡Si vieras, mal rayo, qué modo de alzarse! Yo ¡zis, zis! con la fusta, y él ¡pan, pan! sobre el tablero del pescante. Me volví a la cuadra, y le puse al tablero por debajo unos clavillos. Salí otra vez... En cuanto se pinchó se estuvo quieto.

Si ocurre una desgracia, yo no me paro en pelillos; la pincho como a una rata, la araño y le retuerzo el pescuezo. Lo haría yo en un arrebato de locura y no sería responsable. No serías replicó Juana ; pero te tendrían por loca y te encerrarían en el manoscomio, monomomio o como se llame; yo me moriría de pena de verte allí.

La criada fue al jardín, y se pinchó el dedo por cierto, por querer coger, para un ramo que hizo, una flor muy hermosa. La madre a todo dice que , y se puso el vestido nuevo, y le abrió la jaula al canario.