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Actualizado: 23 de junio de 2025
Allí había de todo, reducido a nada; piezas de hierro con empleo desconocido, botones sin asa, escarpias sin punta, hebillas sin pincho, una regadera abollada, media petaca, un muelle de reloj, puchos recortes de trapo, dos carretes sin hilo y una zapatilla grande, vieja, de raso azul bordada de oro y con tacón Luis xv. ¿Y la otra? preguntó ella. No ha pareció; pero ¡mira!
Después se arrepintió de esta fuga, por considerarla una cobardía, quedando inmóvil, en actitud desdeñosa. Llegó Ricardo y se quitó el sombrero, bajando los ojos humildemente. Quería hablar, pero no encontraba las palabras. Además, ella no le dió tiempo para expresarse. ¿Qué busca usted? dijo con dureza . ¿Es que le ha despedido su gringa? Aquí no se admiten puchos de otra.
Casi a gatas, como un trapero que hurga en los rincones, recogía los puchos, jurando cuando no encontraba o la cosecha era escasa. ¡Estos bolsistas hasta los puchos pierden en la rueda! murmuraba. Y volviendo a su idea de hacer justicia, como él la entendía, añadió: ¡Vaya si lo hacía, y qué bien hecho estaría! ¡zas! ¡zas! y ¡zas! no hay otro remedio.
Adentro, la atmósfera apestaba a cigarro; el polvo blanqueaba los muebles con espesa capa, sobre la cual el dedo de algún desocupado se había entretenido en hacer dibujos estrafalarios, pues allí parecía no haber más plumero que los faldones de los visitantes y la manga de los escribientes; el suelo, de madera, estaba esmaltado de puchos, salivazos, fósforos servidos y papeles rotos.
Palabra del Dia
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