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Actualizado: 19 de julio de 2025


El piano mudo; los pinceles olvidados; las rosas, pálidas y desfallecidas, se inclinaban al borde del rico tazón de Sévres, y cuando el viento las movía dejaban caer, uno a uno, sus pétalos marchitos. Aun quedaba en el aposento el aroma de los vestidos de Gabriela.... El rumor de las hojas secas que caían, en el balcón remedaba el roce de una falda de seda.... Se había ido la hermosa señorita.

Ha hecho larga provisión de guantes, papel rosado, confites para sus amigas, esencias finas, jabones extraordinarios, pinceles pequeños, cosas todas muy útiles sin duda, pero que lo son mucho menos que una comida. ¡Quiera Dios, lo ignore siempre! A las seis estaba en la calle Cassette, casa del señor Laubepin.

Los dominicos, agustinos, franciscanos y hasta juandedianos y barbones o belethmitas ostentaban con orgullo, en su primer claustro, las principales escenas de la vida de sus santos patrones, pintadas en lienzos que, a decir verdad, no seducen por el mérito de sus pinceles. ¡Qué vergüenza! Los mercedarios no adornaban su claustro con la vida de San Pedro Nolasco.

De buena gana rompería mis pinceles cuando comparo la naturaleza de este triste Occidente, mezquina y desgraciada, con esos climas favorecidos, esos cielos puros y ese sol sin mancha del magnífico Oriente, cuando vago con el pensamiento, bajo las chozas nómadas y patriarcales de los pastorales oasis o entre los augustos monumentos del viejo Egipto y cuando el magnífico habitante de esas felices regiones se eleva ante mis ojos en toda la energía de su primitiva grandeza y de sus formas originarias, mientras aquí observo cómo se han comprimido todas las fuerzas y restringido todas las facultades.

Dejó caer los pinceles, y reclinando su tonsurada cabeza sobre los brazos, empezó a sollozar amargamente. Sus lágrimas cayeron sobre el pergamino, manchándolo lastimosamente y haciendo más borrones en sus malogrados dibujos. ¡Cuántos días pasó Fray Baltasar en aquel amargo estado de ánimo! ¡Cuántas noches sin pegar los ojos!

Y no ninguna labor delicada; no coser en fino; no bordo ni toco el piano. Tampoco pinto platos como esa Antonia, amiga de Villalonga, la cual está siempre de pinceles; yo apenas leer y no le saco sentido a ningún libro... ¿qué he de hacer?, fregar y limpiar. Con esto no me acuerdo de otras cosas. Me la comería pensó D. Evaristo, que la contemplaba embobado, sin decir nada.

Ciertos viejos de aire magistral batían palmas ante un grupo de diablillos color de chocolate con pinceles de pelos sobre las orejas, que aprendían a bailar, moviendo grotescamente los pies y los brazos, agitando su panza con salvajes contorsiones.

Era ella rasgo por rasgo y, sin embargo, no lo era bastante todavía, según el gusto de Mauricio, porque dejó la paleta sobre el taburete, arrojó los pinceles con desaliento y mirando su obra con profunda atención, murmuró: ¡Ah! qué lejos estoy de la realidad!... ¡tendría que verla otra vez para estar completamente seguro de lo que hago!...

La ventera se negó redondamente á recibir un solo sueldo de Roger por su hospedaje, y el arquero y Tristán lo sentaron á la mesa entre ambos, invitándole á compartir su abundante almuerzo. No me sorprendería saber, dijo Simón, que también sabes leer pergaminos, cuando tan listo eres con pinceles y colores.

Mi sér continuaba libre, atento a las curiosidades que hasta entonces lo solicitaban; y sólo cuando sentía el cansancio de las cosas imperfectas o el deseo nuevo de una ocupación más pura, regresaba a la Imagen que en guardaba como un Fra Angélico en su claustro, dejando los pinceles al concluir el día, de hinojos ante la Madona para implorar de ella descanso e inspiración superior.

Palabra del Dia

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