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Actualizado: 19 de octubre de 2025


Una y mil veces ensayó de nuevo, mas nada pudo lograr. Con un hondo suspiro, se dispuso a guardar sus péñolas, pinturas y pinceles, y en ese momento oyó la campana que llamaba a maitines. ¡Seis horas sin lograr nada, pensó. Dios me perdone esta pérdida de tiempo! Se encaminó al coro lentamente, pensando sin cesar en su facultad perdida.

En ese instante, una criada, vestida sólo de angosta falda verde y amarilla, presentose en la estancia, apoyando en sus morenos pechos desnudos un dorado azafate, sobre el cual venían los pomos, los botes, los pinceles, las tenacillas y otros menudos objetos que el mancebo no alcanzó a distinguir.

Respecto a su físico, lo más presente que tengo es el conjunto de su rostro, en que parecían haber puesto su rosicler todos los pinceles de las Academias presentes y pretéritas.

Vestía de negro, la cara rasurada, la boina grande, de gascón; llevaba patillas cortas, que entre los marinos franceses solían llamar patas de conejo, y por debajo de la manga se le veían en las dos muñecas unas anclas tatuadas, de color azul. Tenía la nariz larga, los ojos pequeños, las cejas como pinceles y un rictus sardónico en los labios.

Entró a la librería y, al mirar los volúmenes amontonados sobre el suelo y las gafas de asta marcando la página de un infolio, para continuar otro día la lectura; al ver, colgada de un clavo, la calza amarilla, donde el anciano guardaba los pinceles con que pintaba los rótulos; y más allá, hacia un rincón, el taburete para la pierna gotosa, ennegrecido por la grasa de los ungüentos, sintió en su espíritu una profunda tristeza.

No es dado á los pinceles ni á la lira Ofrecer de tus gracias una idea, Y todo aquel que tus encantos vea Admirarlos podrá, mas no copiar.

Ejecutó éste dos cuadros para el convento de Santa Inés, representando la Sacra Familia y el Espíritu Santo, otro para el altar mayor del Hospital establecido en la calle Colcheros, que se conservaba en 1836, y el magnífico retablo del Juicio final que existe en san Bernardo y del que dice un crítico «que es tal vez la más grandiosa obra que brotó de sus afamados pinceles

No vivirás en mármoles, ni en lienzos, No robarán tus formas los cinceles, Ni colores darás á los pinceles Para causar al mundo admiracion, Por eso yo, tu rostro contemplando, Hice un bosquejo en vez de tu retrato, Mas me consuela el pensamiento grato Que tu retrato está en mi corazon.

Mil duendecillos, de figuras repugnantes, manos de araña, vientre hinchado, boca encendida, de doble hilera de dientes, ojos redondos y libidinosos, giran constantemente alrededor de portero dormido, y le echan en los oídos jugo de adormideras, y se lo dan a respirar, y se lo untan en las sienes, y con pinceles muy delicados le humedecen las palmas de las manos, y se les encuclillan sobre las piernas, y se sientan sobre el respaldo del sillón, mirando hostilmente a todos lados, para que nadie se acerque a despertar al portero: ¡mucho suele dormir la grandeza en el alma humana!

Al lado de Linneo y Cuvier, se veía á Goethe y Cervántes, confundidos con espátulas y bisturís, lápices y pinceles, mezclándose en este conjunto los tarros de jabones arsenicales, con los tubos de colores. Lo artificial, juntamente con lo natural, las obras del hombre, con las obras de Dios. En la época á que me refiero, concluía el Sr.

Palabra del Dia

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