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Actualizado: 3 de junio de 2025
La mayoría de los redactores fue nombrada por el conde; algunos eran hijos de sus tertulianos asiduos, otros periodistas famélicos a quienes debía algún suelto laudatorio. Por fin apareció el primer número. Grande fue la sorpresa de Miguel al leer debajo del título otro rengloncito corto que decía: «Director: don Pedro Mendoza y Pimentel.» No pudo reprimir un sentimiento de indignación.
El número 1.090 del Museo del Prado, es retrato en media figura y tamaño natural, de un Conde de Benavente: lo que no se sabe de cierto es si se trata como imaginó don P. de Madrazo, de don Antonio Alonso Pimentel, noveno de aquel título muerto en 1633, o de alguno de sus sucesores como se inclina a creer Beruete, observando discretamente que el estilo del cuadro es el característico de las obras del maestro en época posterior al fallecimiento de aquel caudillo.
Yo me alegro de que hayas venido. Lo que hago es extrañarlo, por lo mismo que de mañana no vienes nunca. ¿Qué nueva, pues, no menos importante que el anuncio de tu boda, puede hoy moverte a visitarme tan temprano? Vengo aquí de embajadora: te traigo un recado que arde en un candil. ¿De quién es el recado? Del Sr. D. Jaime Pimentel dijo doña Manolita.
Por cierto, y perdonadme la digresión, que Francisco Maldonado, el célebre comunero, el compañero de Bravo y de Padilla, el degollado del gran cuadro de Gisbert, no pertenecía á la rama principal de la familia mencionada, de la cual era jefe, aunque tampoco dueño de la Casa de las Conchas, un D. Pedro Maldonado y Pimentel, también afecto á la causa de las Comunidades, del cual me parece oportuno decir aquí algunas cosas, de todos sabidas, por si hay alguien que las tenga olvidadas, cosa que á mí me acontecía no hace muchas horas.....
Sí, amigo D. Acisclo, yo conozco a D. Jaime Pimentel desde que estuve en Madrid con mi pobre sobrina María y con aquel estrafalario de doctor Faustino, con quien ella se casó. D. Jaime era amigo de Faustinito. Dios los cría y ellos se juntan. Aunque en mucho se diferenciaban, en bastante se parecían. D. Jaime, muy joven entonces, era un verdadero ninfo.
En cualquiera de ambos supuestos, reconoció doña Luz la necesidad de cambiar de conducta; la conveniencia, valiéndonos de una frase española, algo anticuada, pero gráfica, de poner su descuido en reparo. La llegada a Villafría del triunfante y flamante diputado D. Jaime Pimentel y Moncada coincidió casi con esta prudentísima, aunque algo tardía resolución.
Los salmantinos lidiaron en diferentes jornadas con varia fortuna, que se les declaró al fin totalmente adversa en los campos de Villalar. Al lado de Maldonado Pimentel, ó mejor dicho, en las filas de su gente, peleó allí como bueno otro Maldonado, algo pariente suyo y también hijo de Salamanca, y ambos cayeron prisioneros después de su derrota.
El recuerdo lejano y confuso de la alta sociedad madrileña, que doña Luz no había hecho sino entrever hacía más de doce años, la idea vaga de un medio más culto y más aristocrático, las formas y el ser soñados de damas y galanes, sus usos, discreteos, aventuras y amoríos, tales cuales ella los había fantaseado o columbrado, sin llegarlos a ver ni a gozar, obligada, en la aurora de su vida, a retirarse a un pueblo pequeño, todo acudió de súbito a la mente de doña Luz, al mirar a D. Jaime Pimentel, al notar la soltura y naturalidad de sus distinguidos modales, y al oír su acento y las pocas y atinadas palabras que le dirigió, las cuales ni pecaron de frías y secas, ni se extremaron por lo galantes, sino que se encerraron dentro de los límites de la más respetuosa discreción.
Este elocuente discurso provocó muchos aplausos entre los socios, particularmente los viejos, los cuales en las primeras elecciones de cargos derrotaron a Miguel, nombrando en su lugar al joven tradicionalista. Tanto como a Miguel le aburrían los discursos hueros y ampulosos que se pronunciaban en el salón de sesiones, tanto le agradaban a su antiguo amigo y condiscípulo Mendoza y Pimentel.
Palabra del Dia
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