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Actualizado: 24 de junio de 2025
En el óvalo pálido, que resalta sobre la sombra de los cabellos, ve brillar dos ojos negros picarescos que le miran con malicia de gata joven. De pronto deja de silbar; entonces suena en su oído una risa burlona, y la voz alegre de su cuñada le dice: Vamos, Juan, continúa. Y, como él no quiere acceder a esa petición, la joven frunce los labios y se pone a silbar imperfectamente algunas notas.
La forma de la cabeza, la sonrisa, el perfil sobre todo, la nariz corva, la boca hundida, los ojos picarescos, eran trasunto fiel de aquella hermosura un tanto burlona, que con la acentuación de las líneas en la vejez se aproximaba algo a la imagen de Polichinela. La edad iba dando al perfil de Estupiñá un cierto parentesco con el de las cotorras.
Son dos viejas cenceñas, enjutas, acartonadas; visten los oscuros trajes de la gente castellana azul oscuro, pardo negruzco, intenso blavo. Una de ellas tiene la nariz remangada y la boca saliente; otra tiene la boca hundida y la nariz bajeta. Y las dos miran al mozo, mientras hablan, con sus ojuelos grises, diminutos, un poco ingenuos, un tilde picarescos.
Y la gente de á pie, desde la acera, hacía coro á aquellos diálogos batiendo las palmas, celebrando con igual algazara los requiebros picarescos de los mancebos que las respuestas saladas de las niñas. Cruzaban numerosas comparsas ataviadas con trajes originales, unas de majos, otras de trovadores, otras de frailes, etc., todas tocando y cantando muy concertadamente.
El P. Salví le miraba de cuando en cuando, pero buen caso hacía él del P. Salví; al contrario, hacía de tropezar las muchachas para rozarse con ellas, les guiñaba y ponía ojos picarescos. ¡Puñales! ¿Cuándo seré cura de Kiapò? se preguntaba. De repente Ben Zayb suelta un juramento, salta y se lleva una mano al brazo; el P. Camorra en el colmo de su entusiasmo le había pellizcado.
A estos picarescos y sabios propósitos de Carolina correspondía perfectamente la situación de ánimo en que se hallaba don Quintín; porque, aunque él lo ignorase o no pudiera razonarlo, lo que sentía por Mariquilla no era enamoramiento exclusivo, sino exacerbación de la facultad amorosa, pronta a extinguirse en su organismo.
Y así diciendo, dejando a Catur, se acercó al doctor, haciendo las muecas y visajes más picarescos.
Artemisa la del Casal, moza blanca y rubia, briosa y rozagante, con manteo cercado de velludo y capotillo mariñán, acaba de aparecer en el umbral de la antesala. Se la tiene por hija bastarda del Caballero. Trae de la mano a un niño de ojos picarescos, que se tambalea sobre los zuecos blancos, que muestran no haber pisado la tierra.
La frase hizo fortuna y Glocester fue en adelante don Restituto Mourelo para toda Vetusta ilustrada. Allí estaba, oyendo con fingida complacencia los chistes picarescos del Arcipreste, cuya lengua temía, presente y ausente. Cuando don Cayetano volvía la espalda, pues hablaba girando con frecuencia sobre los talones, Glocester guiñaba un ojo al Deán y barrenaba con un dedo la frente.
La viuda, siempre sonriente, se asombraba de sus frases de doble sentido, de los guiños picarescos con que acompañaba sus palabras, y hasta le parecía ¡oh poder de la ilusión! que había en su persona un perfume extraño que comenzaba a crispar los nervios de doña Manuela, algo del ambiente de aquella mala piel de la calle del Puerto, que el protector se había traído sin duda a su hogar honrado.
Palabra del Dia
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