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Actualizado: 18 de julio de 2025
No, no. Yo voy bien. Y tú, ¿cómo tienes la herida? No debe de ser nada. ¿Vamos a verla? Luego, luego; no hay que perder tiempo. Martín abrió la portezuela, y, al sentarse, dirigiéndose a la superiora, dijo: Respecto a usted, señora, si vuelve usted a chillar, la voy a atar a un árbol y a dejarla en la carretera. Catalina, asustadísima, lloraba. Bautista subió al pescante y el demandadero con él.
Pasó el carruaje como un rayo entre nubes de polvo, pero Fermín pudo reconocer al que guiaba los caballos. Era Luis Dupont que, erguido en el pescante, arreaba con la voz y el látigo a las cuatro bestias que corrían desbocadas. Una mujer que iba junto a él, también gritaba azuzando al ganado con una fiebre de velocidad loca. Era la Marquesita.
Entonces Martín cargó el fusil y, sacando el cuerpo por la ventanilla, comenzó a hacer disparos atendiendo al ruido de las pisadas de los caballos; los que les seguían disparaban también, pero la noche estaba negra y ni Martín ni los perseguidores afinaban la puntería. Bautista, agazapado en el pescante, llevaba los caballos al galope; ninguno de los animales estaba herido, la cosa iba bien.
Lo enganché en la charrette con la Linda respondió el centauro, haciendo una mueca horrible de disgusto dirigida a la simpática Valentina. ¡Si vieras, mal rayo, qué modo de alzarse! Yo ¡zis, zis! con la fusta, y él ¡pan, pan! sobre el tablero del pescante. Me volví a la cuadra, y le puse al tablero por debajo unos clavillos. Salí otra vez... En cuanto se pinchó se estuvo quieto.
El cochero de Currita, Tom Sickles, enorme tipo del automedonte británico, que pedía a voces el tricornio y la peluca empolvada, y se había sentado en Londres en el pescante del duque de Edimburgo, y en París en el de la princesa Matilde, dirigió los caballos corriendo a lo largo de la manifestación, por ver si adelantaba la cabeza de esta y podía entrar por la calle del Caballero de Gracia o por la de Peligros.
Sin embargo, cuando éste, lleno de sumisión, inclinándose con el sombrero en la mano, abrió la portezuela, brillaban sus ojos con maliciosa expresión: al subir al pescante dio un pellizco significativo a su compañero, y ambos rieron groseramente sin osar decirse lo que pensaban, por temor de ser escuchados.
Pasaban los carruajes formando una inmensa rueda en el centro del paseo; brillantes los arreos de los caballos y los faroles del pescante con el reflejo del sol; viéndose a través de las ventanillas los sombreros de las señoras y las blancas blondas de los niños. Don Andrés se indignaba ante la tenacidad del joven.
Habían ocupado tres automóviles, saliendo en fila a toda velocidad, piloteados por Gómez, que señalaba el rumbo desde el pescante del primer vehículo. ¡A morir los caballeros!... Aceptó Fernando los ofrecimientos de un chófer mulato, y fiado a su capricho, emprendió una excursión por Río Janeiro.
Bostezaba en la Ópera, ganaba y perdía sin emoción grandes sumas al juego y no estaba contento más que sentado en el pescante de su mail, guiando cuatro caballos del Kentuki, ó á bordo de su yate de mil doscientas toneladas, un verdadero transatlántico tripulado por sesenta hombres y armado de seis cañones, con los cuales hubiera podido defenderse, pero que no le servían más que para saludar á los puertos.
Acomodáronse los seis como pudieron en la carretela, echando a Manuel Antonio al pescante. Media hora después estaban en la posesión del banquero. Alzose apresuradamente un altarcito en el salón principal de la casa, y antes de que amaneciese, el penitenciario bendijo la unión de los prometidos. Fernanda no había despegado los labios durante el camino.
Palabra del Dia
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