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Siguió el coche en su marcha pesada y monótona por la carretera. Era ya media noche cuando llegaron a la vista de Los Arcos. Doscientos metros antes detuvo Bautista los caballos y saltó del pescante. le dijo a Zalacaín en vascuence tenemos un caballo aspeado, si pudieras cambiarlo aquí... Intentaremos. Y si se pudieran cambiar los dos, sería mejor. Voy a ver.

Martín no se opuso y esperó a que se preparasen para acompañarlas. Al salir los cuatro a tomar el coche y al verles Bautista desde lo alto del pescante, no pudo menos de hacer una mueca de asombro. El demandadero montó junto a él. Vamos dijo Martín a Bautista. El coche partió; la misma superiora bajó las cortinas y sacando un rosario comenzó a rezar.

Se contenía para no saltar al pescante tomando asiento al lado del conductor. Nélida se lamentó de la pesadez de sus padres. Imposible ver nada con estos viejos. Habían dado un rápido paseo por la ciudad, y allí estaban, en la terraza del café, agobiados por el calor, hablando de volverse al buque, sin fuerzas para emprender una nueva excursión.

En el imperial van veinte pasajeros, otros veinte en el interior, dos conductores en el pescante, y uno en la escalera de caracol con que termina el ómnibus, por donde se sube al imperial.

Trasportaron a Pilar casi en brazos, del departamento a la berlina, y el cochero azotó al destartalado jamelgo. El comisionado se instaló en el pescante, no sin muchos encargos y explicaciones hechos antes al postillón del ómnibus.

Esto no es serio; le van á castigar; el cuartel...los oficiales.... Pero ella está ya en el pescante, inclinando hacia el conductor su rostro ceñudo, esforzándose por encontrar un gesto de graciosa seducción. Yo te recompensaré. Llévalos y te daré un beso. Sonríe el soldado débilmente, mirándola á la cara para apreciar el valor del ofrecimiento.

E hizo señas a un cochero sentado en el pescante de un carruaje mallorquín, vehículo ligerísimo, montado sobre cuatro ruedas finas, con alegre toldo de lona blanca. Febrer, al verse fuera de Palma, en plena campiña primaveral, se arrepintió de su vida presente. Llevaba un año sin salir de la ciudad, pasando las tardes en los cafés del Borne y las noches en la sala de juego del Casino.

El coche del general estaba en la puerta, reclinado el lacayo contra el quicio, tieso el cochero en el pescante con la fusta enarbolada.

Por el centro del paseo circulaban rápidamente algunos carruajes de caballos briosos y, siguiendo la línea de las sillas de hierro, se veían parados unos cuantos simones con el jamelgo caído el cuello y el cochero tumbado en el pescante deletreando El Cencerro.

Saint Etienne dijo Artegui al cochero del ómnibus que, desde el pescante, vuelta la cabeza, aguardaba la orden. Arrancaron los caballos a su pesado trote percherón, y fueron rodando por las calles bien enlosadas, hasta detenerse ante un portal estrecho, con sus tiestos de plantas raquíticas, su escalerilla de mármol y sus claros faroles de gas.