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Actualizado: 2 de junio de 2025


Si mi caballo no sirve para correr liebres, sírvolo yo para haceros dar una carrera en pelo contestó el incógnito, que aún permanecía embozado , y sin decir una palabra más se fué para el palafrenero con tal talante, que éste retrocedió asustado hacia una puerta inmediata, á tiempo que salían de ella dos hombres al parecer principales, contra uno de los que tropezó violentamente el que huía.

Algunas veces el inglés tuerto que hablaba el italiano tan bien, iba al monasterio y permanecía allí varias horas, y otras fray Antonio venía a la posada y se encerraba con el huésped en el mayor secreto.

La cuestión grave era saber cómo haría Graciana para ir al baile con Alejandro, y eso era algo difícil. La señora con su mamá iban al baile de máscaras del club. El viejo don Ramón permanecía en casa a causa de su reumatismo.

Las pocas horas que permanecía fuera de la cama pasábalas, bien sentado en una butaca, ya paseando por los corredores en silencio. Al cabo dejó de levantarse. Todo esto lo recordaba Luis perfectamente. Entraba en su cuarto, le veía tendido mirando al techo con extraña y terrible tristeza pintada en el rostro.

En seguida, volviéndose hacia un joven que permanecía en medio del salón en una actitud bastante embarazosa: Vamos, vete le dijo. El joven saludó y salió por la puerta del salón; era el bello Salville.

Con aire de contrariedad dirigió sus pasos hacia su pupitre, y le dijo en breves y frías palabras, que estaba ocupado y que deseaba estar solo. Levantada, Melisa, tomó la silla abandonada y sentándose a su vez, escondió su cabeza entre las manos. Alzó de nuevo la vista, y ella permanecía aún allí, de pie; le estaba mirando a la cara con expresión contristada y pesarosa. ¿Le has muerto? exclamó.

Hizo una pausa para darse cuenta de si la escuchaban. No lo supo con certeza. El agente permanecía rígido y silencioso, como un buen soldado, junto al comisario.

Lo particular era que la sensualidad, la parte grosera del amor, permanecía en ella velada por un pudor admirable. Jamás habló de resistencia, ni de perdición, ni echó en cara lo que daba, ni tuvo miedo, ni alardeó de doncellez.

Entonces, toda sofocada, a veces sudando como un río, con el cabello en desorden y las mejillas encarnadas, levantaba la bayeta y permanecía un rato contemplando su obra, los hermosos destellos que la luz producía en el objeto bruñido, con una satisfacción íntima y verdadera, con entusiasmo casi místico.

El aya seguía repitiendo de rato en rato: Pero, ¿qué es esto? ¡Cuánta gentuza! ¿A qué hemos venido? Paz, sin oírla, permanecía inmóvil con la mirada fija en la puerta de la casa. En la esquina tres chicos jugaban a la toña; pero, como excepto ellos casi nadie había por allí, era seguro que, si Pepe salía o entraba, le vería sin dificultad.

Palabra del Dia

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