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Haciendo oídos sordos, el porfiado gascón permanecía impávido, sin fruncir ni la punta de la nariz... De pronto, doña Inés soltó una carcajada cristalina: ¡Se ha equivocado de postura!

A pesar del ambiente diabólico que rodeaba su nombre, las tripulaciones lo recordaban con envidia en las grandes calmas, cuando el galeón permanecía inmóvil semanas enteras en un mar como un espejo, sin el más leve soplo de brisa.

En su tribulación sin nombre, permanecía silenciosa, esperando que él hablase; pero en vano; y el trayecto bastante corto de la Avenida Gabriel a la Avenida de Alma, se pasó sin que una palabra se hubiera cambiado entre ellos. Juana, sin embargo, empezaba a despejar su espíritu, naturalmente valeroso, del caos de sentimientos en que la primera sorpresa la había sumergido.

Como reteniéndole en casa no se iba de todos modos a la cama hasta que rayaba el alba, y pasaba la noche trasteando por las habitaciones, y como el vicio de trasnochar por solo es de los más baratos que se conocen, la ingeniosa señora le dejaba retirarse a la hora que quisiera. Permanecía en el café de la Marina con los últimos parroquianos.

Se hacía tarde; si permanecía allí charlando, no encontraría nada; lo mejor del mercado se lo habrían llevado otros. A la obligación: hasta la vista, Rafaelito.

Al acabar de decir estas palabras, extinguiose su voz; Isabel le tendió la mano con ternura, y Fernando se apresuró a enjugar las lágrimas que no había podido contener. Entretanto, el señor Perico permanecía de pie con una pluma en la mano y sin atreverse a hablar. Juanita concluyó tranquilamente la lectura del contrato.

Cuando en verano, Gallardo, con toda su gente, iba a un café cantante en alguna capital de provincia, ganoso de juerga y alegría luego de despachar los toros de varias corridas, el Nacional permanecía mudo y grave entre las cantaoras de bata vaporosa y boca pintada, como un padre del desierto en medio de las cortesanas de Alejandría.

Sonó un hierro en la cerradura, que resistió un momento; luego se sintió correrse el fiador. La puerta se abrió. Cerróla de nuevo el sargento mayor, y entró en el aposento donde se encontraba Dorotea. La joven permanecía aún inmóvil en el lugar donde la había dejado el tío Manolillo, y continuaba llorando.

Una pareja de guardias de caballería permanecía al lado de la verja del jardín manteniendo el orden en los coches, ayudada de algunos agentes de orden público. El guardarropa, construído nuevamente, era una estancia lujosa donde todo estaba prevenido para que los magníficos abrigos, sereneros o salidas de baile, como ahora se nombran, no sufriesen el más mínimo desperfecto.

Pálida, con palideces de azucena, aquella carita fina y dulce se hacía casi marmórea por el contraste que producían en ella lo negro de los cabellos y lo espeso de las cejas. Permanecía con la vista baja, con cierto aire gazmoño, , gazmoño, que no me causó buena impresión. ¿Cómo hacer para que me dejara ver sus ojos? Vea usted, vea usted.