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Actualizado: 20 de julio de 2025
Esta es la salona, o comedor dijo mi tío al entrar en él . ¡Comedor! ¡Qué comedor ni qué cuartajo!... Le llamo así porque de eso sirve cuando se alojan en esta casa personajes finos como tú, o algún señor Obispo de acá o de allá, o cuando hay boda en ella y algunos días después... hasta que llega la confianza y se arregla uno tan guapamente en la «perezosa» de la cocina: en invierno, al amor de la lumbre, y en verano... por la frescura... ¡Cascajo!, no te rías, porque en la cocina de mi casa se tirita de frío en agosto en cuanto se dejan de par en par las dos puertas y la ventana que tiene... ¡Figúrate tú lo que pasaría si hiciéramos otro tanto esta noche, y eso que todavía estamos al acabarse el otoño! ¿Ves una puerta en esa pared de la izquierda?
La perezosa no se usa en las aldeas más que en el día del santo patrono, en la noche de Navidad en la de Año Nuevo y en la de Reyes, ó cuando en la casa hay boda.
La brisa se dormía y el silbido de los sapos llenaba el campo de perezosa tristeza, como cántico de un culto fatalista y resignado. Los ruidos de la ciudad alta llegaban apagados y con intermitencias de silencio profundo. En la Colonia, más cercana, todo callaba.
Mario marchó, con la cabeza baja y el alma llena de repugnancia, hacia casa de sus suegros. Y en el camino fue cuando se le ocurrieron mil argumentos para desbaratar el sofisma del cura Laguardia. Siempre le pasaba lo mismo. No era pronto más que para ver y sentir: su inteligencia perezosa necesitaba tomarse tiempo para formar razonamientos. Llevaba el propósito de aconsejar a su cuñada que olvidase enteramente a Godofredo.
Enjuto, huesudo y fuerte, procuraba disimular su rudeza de hombre de pelea con una negligencia suave y perezosa. Los oficiales le trataban con gran respeto. Hartrott había hablado de él á su tío como de un gran artista, músico y poeta. El emperador era su amigo: se conocían desde la juventud.
Los labios, rojos y vitales, se entremordían con perezosa voluptuosidad que no tendría explicación viril, si los hipnóticos no fueran casi todos femeninos; y los ojos, sobre todo, antes vidriosos y apagados, brillaban ahora con tal pasión que el sepulturero tuvo un impulso de envidiosa sorpresa. Y eso, así... ¿la cocaína? murmuró. La voz de adentro sonó con inefable encanto.
Y fué entonces, tras el prolongado silencio, cuando el más joven del grupo, a quien llamaban «Enjolrás» por su ensimismamiento reflexivo, dijo, señalando sucesivamente la perezosa ondulación del rebaño humano y la radiante hermosura de la noche: Mientras la muchedumbre pasa, yo observo que, aunque ella no mira al cielo, el cielo la mira.
Serían borrachos, que, después de pasar la noche en claro, en un arranque de embriaguez llorona no querían meterse en la cama sin visitar algún amigote enfermo. ¡Cómo le estarían poniendo los asientos! La tartana pasaba lenta y perezosa por entre el movimiento matinal.
Llegaba del Círculo de Labradores, donde, según me dijo uno, iba dejando ya, sobre el tapete verde de la mesa de juego, una fortuna. Era hombre de media edad aún, vigoroso, en quien los excesos de su vida disipada no se reconocían más que en la mirada vaga y perezosa. Reconocíase en él a un mismo tiempo al caballero y al calavera.
Hablaba a cada uno de lo que más le interesaba; conducía a cada uno al terreno en que se encontraba más firme. Aquella mujer sin educación, demasiado perezosa y demasiado orgullosa para tener un libro en la mano, sabía fabricarse un fondo de conocimientos útiles leyendo a sus amigos. Y ellos le servían con la mejor voluntad.
Palabra del Dia
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