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Actualizado: 20 de julio de 2025
Por allí, sin que lo supiese Adela tampoco, aunque sí lo sabía Pedro, andaban lentamente, con las dos niñas menores, Sol y doña Andrea: doña Andrea, que desde que el colegio le devolvió a su Sol y podía a su sabor recrear los ojos, con cierto pesar de verle el alma un poco blanda y perezosa, en aquella niña suya de «cutis tan trasparente decía ella como una nube que vi una vez, en París, en un medio punto de Murillo», andaba siempre hablando consigo en voz baja, como si rezase; y otras regañaba por todo, ella que no regañaba antes jamás, pues lo que quería en realidad, sin atreverse, era regañar a Sol, de quien se encendía en celos y en miedos, cada vez que oía preparativos de fiesta o de paseo, que por cierto no eran muchos, pero sobrados ya para que temiese con justicia doña Andrea por su tesoro.
Ya lo sé, papá; llamaré a Antoñita que me ayudará a vestirme y dentro de un momento me tendrá usted, a su disposición. ¡A ver si ahora me llamará, como siempre, perezosa! Porque lo eres, te llamo así, Magdalena. Considere usted, papá, que no me encuentro bien sino en la cama. Mientras estoy levantada siento dolor o cansancio.
El Universo, a juzgar por Vetusta y sus contornos, más que un sueño efímero, parecía una pesadilla larga, llena de imágenes sucias y pegajosas. El Padre Goberna, que sabía dar color local a sus oraciones, no decía en Vetusta que no somos más que un poco de polvo, sino un poco de barro. ¿Polvo en Vetusta? Dios lo diera. El mal tiempo se llevó la resignación tranquila, perezosa de Anita Ozores.
Ni aun la belleza podía mover discordia entre ellas, porque sus atractivos ofrecían caracteres opuestos. Susana era grande, blanca, gruesa, rubia y a pesar de su edad y su doncellez tenia aspecto de Venus flamenca, perezosa y carnal. Valeria era pequeña, morenilla, delgada, pelinegra, tipo de mística española, poca materia y mucho espíritu; un fraile de Zurbarán hecho hembra.
Del potrero aburridor a la libertad presente, había infinita distancia. Más por infinita que fuera, los caballos pretendían prolongarla aún, y así, después de observar con perezosa atención los alrededores, quitáronse mutuamente la caspa del pescuezo, y en mansa felicidad prosiguieron su aventura. El día, en verdad, favorecía tal estado de alma.
El comenzar de la tarde fue sofocante; el sol derramaba una lluvia de fuego; el mar se extendía tranquilo, apenas rizado, sin más olas que algunas pequeñas ondulaciones; con la respiración rítmica de un buen monstruo dormido, el agua, soñolienta, reflejaba la costa con todos sus detalles en la claridad de aquella tarde perezosa y espléndida.
Y vuelvo a decir que se tenga cuenta con mi sustento y con el de mi rucio, que es lo que en este negocio importa y hace más al caso; y, en siendo hora, vamos a rondar, que es mi intención limpiar esta ínsula de todo género de inmundicia y de gente vagamunda, holgazanes, y mal entretenida; porque quiero que sepáis, amigos, que la gente baldía y perezosa es en la república lo mesmo que los zánganos en las colmenas, que se comen la miel que las trabajadoras abejas hacen.
Si contraemos estos principios á nuestro estado y poblacion, para observar la marcha de estas máximas, nos asombrará nuestra perezosa inaccion y nuestro abandono punible; mucho mas remarcable de un siglo á esta parte, por no haber echado una simple ojeada sobre la conducta de las naciones cultas en este mismo hemisferio.
Pidiendo informes sobre el uso de aquel aparato, averigüé que era la mesa «perezosa» a quien había aludido mi tío en el comedor. Y ¿para qué la ponen ahora? preguntéle. Para cenar los criados en cuanto nosotros nos larguemos de aquí respondióme.
¿Pues de quién han de ser, farsante, sino mías? ¿Por ventura no soy yo Hugo de Clinton, descendiente de Godofredo y de todos los señores que ha tenido Munster por más de trescientos años? ¿Pretendes disputármelo, falderillo? Pero no, que tú eres de una raza tan perezosa para trabajar como cobarde para habértelas con un hombre. ¡Huye ó te estrello!
Palabra del Dia
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