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Actualizado: 20 de julio de 2025
Cinco vuelcos daré en el propio infierno Por hacer recitar una que tengo Nombrada: El Gran Bastardo de Salerno. Guarda Apolo, que baxa guarde rengo El golpe de la mano mas gallarda Que ha visto el tiempo en su discurso luengo. En esto el claro són de una bastarda Alas pone en los pies de la vencida Gente del mundo perezosa y tarda.
La plática, iniciada con una frase lisonjera en elogio de su diligencia, se iba enredando poco a poco, sin saber cómo, y más de una vez la tía Pepilla vino a interrumpir nuestra charla. ¡Dulces instantes aquellos! Angelina, de pie cerca del pretil, envuelta en el rebozo, caídos los brazos con placentera indolencia, entre las manos la escoba perezosa.
Y me llevó a remolque hasta la cocina, donde me hallé a la mujer gris, a Tona y a Chisco, sentados a la perezosa y almorzando unas fritangas con borona. Diéronme risueños los buenos días, levántandose muy corteses, y apenas me dejó tiempo mi tío para cambiar con ellos algunas palabras; porque tan pronto como abrió una puerta cercana a la mesa y en la misma pared, comenzó a llamarme a su lado.
En el azul turquí del cielo no se divisaba más que una nubecilla blanca, cuya perezosa inmovilidad la hacía semejante a una odalisca, ceñida de velos de gasa y muellemente recostada en su otomana azul. Pronto llegaron a la colina próxima al pueblo, en que estaban la cruz y la capilla. La subida de la cuesta, aunque corta y poco empinada, había agotado las fuerzas aún no restablecidas de Stein.
La mujer que eligió por esposa era una jovencita, casi una niña, linda, vivaracha, nariz arremangada, más alegre que unas castañuelas, perezosa y juguetona como una gatita.
Comparaba ella la situación a la aventura de flotar sobre mansa corriente perezosa, sombría, a la hora de la siesta; el agua va al abismo, el cuerpo flota... pero hay la seguridad de salir de la corriente cuando el peligro se acerque; basta con un esfuerzo, dos golpes de los brazos y se está fuera, en la orilla.... Ya sabía Ana en sus adentros que aquello no estaba bien, por que ella no podía responder de la prudencia de don Álvaro. «Pero, ¿no estaba segura de sí misma? sí ¡pues entonces! ¿por qué no dejarle venir a casa, contemplarla, mostrar los cuidados de una madre, la fidelidad de un perro?». «Además, quien mandaba en casa era su marido, no era ella. ¿Buscaba ella a Mesía?
Y mirándose en el espejo, se arregló con sumo cuidado un rojo ricito que con gran prudencia encubría sobre su frente una manchita de pecas. La duquesa de Bara, cansada de aguardar, llegó en busca de la perezosa. ¿Pero, Curra, qué haces?... ¡Mira que la reina estará aguardando!... ¡Vamos, vamos, Beatriz!... Parece que no conoces a la señora: las doce nos darán sin salir de la cámara.
No quiero que digas a Braulio que te he escrito. No quiero que se engría del cuidado que por él me tomo, o que se fastidie de que no le dejo un instante de libertad. Cuídale tú mucho, sin que él sepa que yo te lo encargo. Es muy aprensivo y se afligiría imaginando que yo le tengo por enfermizo, cuando, siendo tan perezosa como soy, me muevo a escribirte sólo para encargarte que me le cuides.
Ante una de las chozas hállase, en pie, el romano Escipión en una postura perezosa. Sale de entre bastidores el ejército sabino, que avanza gravemente, dos pasos al frente, un paso atrás. Al advertir su presencia, el romano se anima un poco y los mira con curiosidad; pero la monotonía de su marcha le cansa; empieza a bostezar, se despereza y se sienta, flemático, en una piedra.
Por no acercar demasiado al gigantón de la Castañalera al cuadro que tan tristemente le impresionaba, comimos todos con él en la perezosa de la cocina, servidos por Tona, mientras su madre cuidaba del enfermo.
Palabra del Dia
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