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Actualizado: 17 de noviembre de 2025


Perdona él todo; pero que le toquen a su soberbia no lo perdona. «¿Estás enfadado?». «¡Si te parece que no debo estarlo...!». «Hazte el cargo de que no he dicho nada». «No puedo; me has ofendido; te has rebajado a mis ojos. Como no tienes sentido moral, no comprendes esto.

La tía pescueza, que aún persistía en su conquista, vino a con una caña en la mano, y me dijo en voz baja: Así me gustan los hombres. Perdona, hijo, si te he llamao gallego. Me encogí de hombros con indiferencia superior, y le volví la espalda. Fui a sentarme al lado de Primo. Pasado el primer momento de malestar, todo volvió a su ser.

Y mas, que la ocasion mil ocasiones Te ofrecerá secretas y escondidas. Y mas, que á cada paso se me ofrecen Infinitas secretas ocasiones. Cerrar quiero con una. Aurelio, paso, Que no es de caballero lo que piensas, De lo que á Cristo y á su sangre debes. Misericordia tiene y tubo Cristo, Con que perdona siempre las ofensas Que por necesidad pura se hacen.

Cuando se puso en pie había recobrado el sosiego, todo el sosiego del alma. Su resolución estaba tomada. Se dirigió con paso firme a su despacho, guardó de nuevo el revólver y se puso a escribir algunas cartas. Una larga para Tristán, otra para Cirilo. La última para su mujer. «Elena: Perdona que por última vez me dirija a ti. Es de absoluta necesidad para tu futura existencia.

¿Pues no ha dicho que te perdona las faltas que has cometido? ¡Qué virtud! ¡Qué heroísmo cristiano! exclamó Elías. ¿No te anonadas? Pero, hombre, levántate: ¿qué haces ahí de rodillas? El joven se levantó, mientras Paz ponía fin á esta vehemente y conmovedora escena, diciendo fríamente y con desdén: "Vámonos". Prepárate á acompañar á estas señoras dijo Coletilla.

Mas, te amo en mi interior, sin esperanza, Como á vírgen en ara colocada, En donde la criatura arrodillada De sus pecados el perdon alcanza. Si es una ofensa amarte en el secreto, Yo rogaré á tu bondad inmensa, Que como Dios perdona toda ofensa Perdones un amor puro y discreto.

Pero el mundo perdona fácilmente estas distracciones a los hombres que no se entregan a ellas por completo. Representa el papel del fuego, y se contenta con lo poco que le dan. Se agradecía a M. L'Ambert que no estuviese perdido más que a medias, cuando tantos, a su edad, están perdidos del todo.

¿Tanto, eh?... Y Melchor, ¿dónde está? Me dijo que ya venía... Aquí viene. Fui a hacer un telegrama dijo Melchor, respondiendo a Ricardo. ¿Un telegrama?... ¿a quién? Menos averigua Dios, y perdona... ¿Subamos? Instalados en sus asientos y de nuevo en marcha, Ricardo no pudo reprimir su curiosidad e insistió en su pregunta: Y al fin, ¿a quién telegrafiaste? ¡Qué curiosidad!

MÁXIMO. En cosas vagas, indeterminadas, risueñas, y los números se escapan, se van por los aires... GIL. Y cualquiera los coge. Distraído yo, confundí la cifra de la potencial con la de la resistencia... Pero ya rectifiqué. Dígame si está bien... Nuestra maestra, nuestra tirana, la exactitud, nos lo perdonaría. GIL. ¡Ah! señor, esa no perdona. Es muy severa.

Recuerdo y reconozco como mortales muchos pecados míos, pero confiando en la infinita misericordia de Dios, creo que me los perdona. Siento la contrición y yo misma me absuelvo. El remordimiento ya no me atosiga, pero hay un sentir poco cristiano, hay en mi ser un cruelísimo orgullo, que, más que todo remordimiento, atormenta y mata.

Palabra del Dia

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