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Actualizado: 17 de noviembre de 2025
Carmen, poseída de piedad, comenzó a decirle con su voz hialina, como susurro de arroyo: Yo te perdono, Julio; yo tengo mucha lástima de ti...; yo te quiero...; y Dios también te quiere y te perdona...; no te mueras con rencor ni con maldad...; reza..., reza el nombre de Jesús...; ya amanece tu día, Julio....
¡Oh!... ¡si habrá arenas en todita la mar y sus arenales! repitió Mauricia con voz patética. Pues aunque los pecados de una sean más que las arenas, Dios los perdona cuando una se arrepiente de verdad. ¿Y crees tú que una idea, pongo por caso, es también pecado? Según y conforme. Pero tú no tienes malas ideas. Estate tranquila.
Lo que Dios no perdona, Benina, es la hipocresía, los procederes solapados, y el estudio con que algunas personas componen sus actos para parecer mejores de lo que son.
Pero despierto, pensando que en lo sucesivo tenía que conformarse únicamente con las vanas visitas de los sueños, volvió a sentirse sublevado por el ímpetu de la pasión vengadora. Vagando por los lugares donde había estado con ella, buscando aún algo de ella bajo el cielo, volvía a oír aquella voz que le decía muy quedo: «Perdona.» Y él se decía: «No puedo.» No podía.
Si tu padre tiene algunos defectos, yo tengo más aún: de modo, que no hay mérito en perdonárselos, si él me perdona en cambio los míos.... No hablemos de tu padre, hablemos de ti misma.... No sabes lo que me duelen esos apuros de dinero, a los cuales no estás acostumbrada. Yo, si pudiera, los remediaría al instante.... Pero bien sabes que manejo poco dinero.
9 Y dijo: Si ahora, Señor, he hallado gracia en tus ojos, vaya ahora el Señor en medio de nosotros; porque este es pueblo de dura cerviz; y perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y poséenos.
No obstante, como no hay compañía, por buena que sea, a la que no haya que dejar, el señor Domet se dirigió discretamente hacia la puerta cuando faltaban pocos minutos para media noche. Aun quedaban veinte personas en el salón. La señora Chermidy lo llamó en voz alta con la graciosa desenvoltura de un ama de casa que no perdona a los desertores.
Creeríase que era el sudor de aquel gran trabajo de hombres y máquinas, del hierro y de los músculos. La Nela salió de su casa. También ella, a pesar de no trabajar en las minas, estaba teñida ligeramente de rojo, porque el polvo de la tierra calaminífera no perdona a nadie.
Y la misma Marta me envidiaba, bien lo veía en los ojos tristes que fijaba en él y en mí; habría deseado, para sacrificarlas a Roberto, toda la fuerza, toda la energía que me daba la juventud. La besé, traté de alentarla, y en la mirada suplicante que dirigió a su marido, leí este pensamiento: «Te doy todo lo que soy; perdona que sea tan poca cosa.»
Vuestra sociedad excusa, glorifica esta debilidad, este egoísmo. Al amante que para evitarse a sí mismo un dolor, para asegurarse la posesión del placer mata a su rival, se le perdona; se va hasta juzgar hermoso, grande, admirable ese amor ciego y leal. En cambio, se condena el amor que a nosotros nos guía, nuestro sacrificio consciente, la obra de salvación a que nos dedicamos.
Palabra del Dia
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