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Actualizado: 17 de noviembre de 2025


No debía entrar». No entró. «Además, iba pensando mientras se alejaba, si yo me veo frente a ella, ¿qué yo lo que haré? Si ese marido indigno, de sangre de horchata, la perdona, yo... yo no la perdono y si la tuviera entre mis manos, al alcance de ellas siquiera.... Sabe Dios lo que haría. No, no debo entrar en esa casa; me perdería, los perdería a todos». Y volvió a la suya.

En medio del divino y luminoso ramo celeste fulgura mi estrella, la del Norte, remedo vivo de la fijeza de mi corazón. El astro adquiere figura de rostro humano... y a él van mis ojos imantados por su atracción irresistible. Perdona si al hablarte del estado de mi espíritu recurro a las gloriosas alturas. Ello sólo indica que me faltan los medios de expresión humana.

La cruel incertidumbre del viejo encontró interminables los momentos que tardó el oficial en volver á su lado. Su Excelencia es muy bueno dijo . Podía fusilarle, pero le perdona. ¡Y aún dicen ustedes que somos unos salvajes!... Con la inconsciencia de su menosprecio, explicó que lo había traído hasta allí convencido de que le fusilarían.

Pero tanta independencia trae, como es lógico, aparejada una mayor responsabilidad: ya que tanto se le perdona al novelista, menester es que su invención no desmaye jamás: de todo se le exime menos del ingenio.

«¿Perdona usted también a esa mujer de quien se suponía ofendida, y a quien usted ofendió de palabra y de obra, con o sin motivo?». Este perdón que era de los duros. Callose la santa observando a la diabla intranquila. Esta tenía la cabeza echada hacia atrás, moviéndola sobre la almohada con cierta inquietud, y sus miradas vagaban por el techo.

No importa, vamos allá... Retírate un poco hacia el arroyo para que parezcas mi criado... Perdona, rapaz, pero no hay más remedio... Tira ese garrote. Con harto sentimiento dejó Nolo su nudoso palo de acebuche arrimado á la pared de una casa y se apartó un trecho de la elegante señorita, caminando sin embargo á su lado. Ella le guió al través de las calles hacia la Puerta Nueva.

Acostarme yo, yo... cuando tengo que contarte tantas cosas, chavala! añadió Santa Cruz, que cansado ya de estar de rodillas, había cogido una banqueta para sentarse a los pies de su mujer . Perdona que no haya sido franco contigo. Me daba vergüenza de revelarte ciertas cosas.

Desde aquel momento no me volvió a mirar como me mira siempre. Le chafé su amor propio. Es como cuando se sienta una, sin pensarlo, sobre un sombrero de copa, que no hay manera, por más que se le planche después, de volverlo a poner como estaba. Esta que no me la perdona.

Allí correremos a refugiar nuestra dicha, lejos de este mundo que se llama cristiano y cubre de ignominia al que perdona. Allí viviremos el uno para el otro. Si no quieres ser mi esposa serás mi hija, serás mi hermana... ¡Tu esposa hasta la muerte y más allá de la muerte! exclamó Elena echándole los brazos al cuello anegada en llanto. Allí comenzaremos de nuevo la vida.

»No comprendo ya más que una cosa. No puedo sufrir mi amor inextinguible. No puedo sufrir la ridiculez que en noto. Hasta la poesía de un gran dolor no es dable en , porque me río yo mismo de mi dolor y le hallo cómico. »No me queda más recurso, si no muero buenamente, que buscar modo de morir cuanto antes. »Perdona este largo desahogo. Perdona esta prolija carta. Será la última. Adiós

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