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Actualizado: 21 de junio de 2025


Por la tarde aparece toda confusa con la medida, y Juan puede enviar su carta. Pero el recuerdo del vaso que ha roto le pesa sobre el corazón; y, cuando se encuentra solo con ella, se lo confiesa penosamente: Escucha, he hecho una mala acción. ¿Cuál? He roto tu vaso. ¡Ah!... ¿Y eso es una mala acción? ¿Qué quieres que sea?

Esta es la casa abandonada de que nos habló: adelante, todo derecho. Tres horas de fatiga y estamos en salvo... por ahora. El que así habló era un muchacho alto, moreno, nervudo y fuerte, con tipo de castellano viejo. Tenía los pies doloridos y andaba penosamente. Pateta estaba desconocido. El gatera madrileño, de aspecto endeble, se había robustecido con el aire del campo.

Su aspecto era el de una persona macilenta y débil, y se revelaba en todo su sér un abatimiento, que nunca se había notado en él en tanto grado, ni en sus paseos por la población, ni en ninguna otra oportunidad en que creyera que se le pudiese observar. Aquí, en la intensa soledad de la selva, era penosamente visible.

La mujercita saludó con una dulce sonrisa a Juan, y dejando sobre su mismo banco el pequeño y la cesta, encorvóse penosamente para atar el zapato de su hijo mayor.

¡Señor Marqués, perdóneme! Quise levantarme, quise hablar, pero en vano. Me hallaba petrificado en mi sillón. ¡Señor Marqués continuó, dígnese perdonarme! Hallé en fin la fuerza suficiente para acercarme á él; á manera que yo me aproximaba, él se retiraba penosamente hacia atrás como para escapar á un contacto pavoroso.

La dejaban atrás, se alejaban de ella: tal vez estaba allí la casa tan penosamente buscada. Puede que sea afirmó Cupido. Tal vez hemos pasado cerca sin verla y vamos abajo, hacia el mar... Y aunque no sea la casa azul, ¿qué? Lo importante es que allí hay alguien y vale más eso que errar en la obscuridad. Dame los remos, Rafael. Si no es la casa de doña Pepita, al menos sabremos dónde estamos.

Y la buena mujer introdujo al cocinero mayor en una sala baja, y de ella en una alcoba, donde, asistido por un fraile francisco, había un anciano expirante. ¡Señor arcipresteseñor arcipreste! dijo la anciana ; he aquí vuestro hermano que ha llegado. Abrió penosamente los ojos el moribundo. No veo dijo con voz apenas perceptible.

Dos mujeres entraron en la plazoleta, y al incorporarse Rafael, quitándose el sombrero, la más alta, que parecía la señora, contestó con una leve inclinación de cabeza, y se dirigió al otro extremo, volviéndole la espalda para contemplar el paisaje. La otra se sentó a alguna distancia de Rafael, respirando penosamente con la fatiga de la ascensión.

Sus ojos azules, ampliamente rasgados, fijábanse sobre con un aire de contento inexplicable, en tanto que yo descifraba penosamente las líneas oblicuas de la carta que estaba concebida en estos términos: Señorita: ésta tiene por objeto decirle que desde el día en que nos hablamos en el arenal después de vísperas, mis intenciones no han cambiado y que me desespero por saber las suyas; mi corazón, señorita, es todo suyo, como deseo que el de usted sea todo mío, y si esto sucede, puede estar segura y muy cierta, que no habrá alma viviente más dichosa, ni en el Cielo ni en la tierra, que la de su amigo que no firma, pero que usted sabe quién es, señorita.

He tenido vivos disgustos ... disgustos de familia ... Mi tutor ha vuelto y.... ¿Y qué?... interrogó Clementina, devorada por una ardiente curiosidad. Y se han producido entre nosotros algunas dificultades.... Las palabras salían penosamente de la boca de Mauricio.

Palabra del Dia

rigoleto

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