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Actualizado: 21 de junio de 2025
He dejado Salzburgo para reanimar mi corazón en aquel hogar de inocentes voluptuosidades, y en lugar de los consuelos que yo esperaba, todo lo que he visto no ha servido más que para redoblar mi disgusto. ¡Placeres más penosamente comprados que los que tienen tales recuerdos! ¡la dicha pasada puede, pues, ser un tormento de más!...
La fuerza del sol iba en aumento; las sombras de las acacias dibujaban ya enérgicamente en el suelo contornos muy negros, y por los jardinillos no pasaba sino algún transeúnte aguijoneado por la esperanza del almuerzo, o algún señor viejo arrastrando penosamente los pies sobre la arena.
Por las tardes, cuando reunidos los jóvenes, ponderábamos las magníficas colocaciones que habíamos abandonado, y cuán tristes habían quedado nuestros amigos al vernos partir; cuando enseñábamos daguerreotipos, y bucles de cabello, y hablábamos de María y de Susana, el pobre hombre solía sentarse entre nosotros y nos escuchaba penosamente humillado, aunque sin decir esta boca es mía.
Creyó avanzar en una atmósfera en la que se habían disminuído las leyes de la gravitación, en un planeta sumido en eterna noche primaveral, donde el aire, los árboles obscuros y las cosas perdidas en la penumbra vibraban con un ritmo poético. Durmió penosamente, pero se levantó tranquilo y animoso. El encargo de Alicia resucitó en su memoria.
Sobre su fisonomía, blanca como la cera, volví á hallar repentinamente la exquisita dulzura y la gracia delicada, que el sufrimiento había desterrado poco antes; el ángel del eterno reposo extendía visiblemente sus alas sobre aquella frente apaciguada. Caí de rodillas: ella entreabrió los ojos, levantó penosamente su cabeza desfalleciente y me dirigió una larga mirada.
Me dominé, y ofrecí mis cigarros; pero tenía prisa por concluir, empezaba a verlo todo rojo, y dije a Lotario: Deberías retirarte, hijo mío; ya es hora. El se levanta penosamente y me tiende una mano helada; hace a ella, con los talones juntos, su saludo más militar, y se dirige hacia la puerta.
Vivió penosamente, pues el oficio era demasiado duro para un niño poco preparado para el trabajo fuerte. Además, se hallaba en un ambiente hostil, bien diferente del suyo; le hacían pagar caro la blancura de sus manos y sus hábitos de persona bien educada.
Entonces, desconcertado por la prisa, mientras las cornetas seguían llamándole con sus sonidos estridentes, soltó el fusil y, agarrando el cadáver por las manos, lo arrastró penosamente hasta dejarlo en el cercano extremo del reducto que daba junto al borde del tajo; luego volvió en busca del arma y, empuñándola por el cañón, empujó con la culata el cuerpo inanimado, que cayó al barranco arrastrando piedras y rebotando contra las aristas salientes de las rocas.
«Que sus dos almas en una acaso se misturaron». ¡Quiébrela, niño...! dijo una voz que partió del grupo de paisanos, hacia el que Melchor lanzó una mirada de indignación visible... La pareja giraba lentamente, bajo las miradas de todos y con especialidad del hermano de la rubia cuyos movimientos seguía ansioso y lívido mientras le torturaban penosamente los comentarios circundantes.
Los únicos recuerdos que me quedaban de la existencia de mi padre eran éstos: en los escasos momentos en que le daba un poco de reposo la enfermedad que le consumía, salía, ganaba a pie el muro exterior del parque y se paseaba horas y horas tomando el sol, marchando penosamente apoyado en un grueso bastón, dándome la impresión de la ancianidad decrépita.
Palabra del Dia
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