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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Era banquero muy rico, y parecía querer darlo a entender en su persona cargándola de oro y pedrería, de paños finísimos y de holandas impalpables; y además, caballero gran cruz de Carlos III, y capaz de pesar en oro al ministro que le diera el derecho de poner sobre el escudo de armas que ya usaba en sus tarjetas, siquiera la más modesta de las coronas nobiliarias.
Los príncipes del Indostán van a sus viajes en elefantes cubiertos de terciopelos de mucho bordado y pedrería, y cuando viene de Inglaterra otro príncipe, lo pasean por las calles en el camarín de paño de oro que va meciéndose sobre el lomo de los elefantes dóciles, y el pueblo pone en los balcones sus tapices ricos, y llena las calles de hojas de rosa.
No es una ciencia oculta el saber que hay coches, buena cocina, excelentes manjares, telas de seda, joyas de oro y pedrería, y otros muchos deleitosos objetos, ni es menester tener un alma muy levantada para ambicionarlos. No hay nadie que no los ambicione. Si del deseo, del afán de ser ricos, dependiese la riqueza, España sería una de las naciones más ricas del mundo.
Para no cansar, apareció por fin el Rey, hermoso, con humana y divina hermosura, barba larga y negra, aretes en las orejas, corona de oro que parecía tener por pedrería el sol, la luna y las estrellas. Verde era su traje, que por lo fino debía de ser obra de unas arañas muy pulidas que en los profundos senos de la tierra tejen con hebras de fuego.
Usan mucho del verde, del rojo y del amarillo. Todo les gusta de mucho color, y muy brillante y esmaltado. Les gustan las fuentes, los jardines, los velos de hilo de plata, la pedrería fina.
Brillaban sus ojos de vidrio, como si lagrimeasen de emoción contestando a las aclamaciones de los fieles, y a este brillo uníase el centelleo de las joyas que cubrían su cuerpo, formando una nueva armadura de oro y pedrería sobre la de terciopelo bordado. Eran centenares, eran tal vez millares. Parecía mojada por una lluvia de gotas luminosas, en las que flameaban todos los colores del iris.
Ellas, ceñidas por estrechos trajes que oprimen hasta modelar las formas, con sus largas faldas prendidas de flores y de blondas, con sus diademas de pedrería en la frente, la belleza impresa en el semblante y la alegría en las miradas, recibían el homenaje de rebuscadas frases, no siempre franco, con que sus adoradores trataban de rendirlas.
No la movía el interés; no la deslumbraba el brillo del oro y de la pedrería. Lo que la encantaba era la locura misma que D. Jaime hacía por ella, el desprendimiento generoso y el sacrificio desmedido que representaba aquel regalo, en proporción a la fortuna de D. Jaime. El regalo, pues, si ya no hubiese estado doña Luz tan prendada, hubiera acabado de enamorar y seducir su corazón.
Iba a aceptar, sin embargo, cuando un personaje venerable, vestido como caballero y luciendo en el cinto corva daga cubierta de pedrería, se levantó súbitamente del más obscuro rincón y, una vez junto a él, le dijo, deteniéndolo el brazo: Beba vuesamerced en esta taza, menos indigna de un hidalgo. Y ofreciole su obscura taza de acero, llena también, y ornada de hermosa ataujía de oro purpúreo.
Iluminó, pues, con ayuda de Reguera, una gran fotografía en que se hallaba representada ella misma con su rico traje de reina japonesa, y encargó dibujos para un marco suntuoso que habían de ejecutar, en oro, plata y pedrería, Marzo y Ansorena. Los dibujos, sin embargo, no la satisfacían; el 30 de abril se acercaba, y apremiada por lo breve del plazo, desesperaba ya de ver realizado su proyecto.
Palabra del Dia
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