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Pero el telon se levanta inmediatamente y la escena representa el mercado de criados, con tres postes cubiertos de banderolas y llevando los anuncios de servantes, cochers y domestiques. Juanito aprovecha la ocasion y, en voz bastante alta para que le oiga Paulita y esté convencida de su saber, se dirige á doña Victorina. Servantes significa sirvientes, domestiques domésticos...

La joven estaba resplandeciente de hermosura: todos se paraban, los cuellos se torcían, se suspendían las conversaciones, la seguían los ojos y doña Victorina recibía respetuosos saludos. Paulita Gomez lucía riquísima camisa y pañuelo de piña bordados, diferentes de los que se había puesto aquella mañana para ir á Sto. Domingo.

La señora se encogió de hombros. ¡Conmigo no ta debí nada! ¿Y cosa di jasé Paulita? No di faltá novio, ñora. Siguro di llorá un poco, ¡luego di casá con un español! La noche fué de las más tristes. En las casas se rezaba el rosario y piadosas mujeres dedicaban sendos padrenuestros y requiems á las almas de parientes y amigos.

Si Clara hubiera estado menos preocupada en aquel momento y tenido un carácter más observador, sin duda se habría de admirar al ver á doña Paulita afectada de distracciones intermitentes; habría notado que se sonreía con frecuencia, moviéndose sin cesar; que después se ponía muy triste, permaneciendo quieta y como abstraída; que luego le daba una especie de acceso de despecho, crispaba los nervios y cerraba los ojos, erguía el cuello y parecía atenta á ruidos lejanos, no escuchados de otro alguno.

Las damas se dirigieron á la puerta. El clérigo se dió un golpe en la frente como quien recuerda una cosa importante, y dijo á doña Paulita: ¡Ah! señora mía, si tuviera usted la bondad de hacerme un favor.... ¿Qué, señor don Silvestre? Que se dignara usted repasar un sermón que he escrito y voy á predicar en San Antonio el 17 de Enero.

El P. Camorra que ya se había olvidado de Paulita, notó la intencion y preguntó á su vez: Y ¿á quién se parece esta otra figura, Ben Zayb? Y se echó á reir con su risa de paleto. Era una vieja tuerta, desgreñada, sentada sobre el suelo como los ídolos indios, planchando ropas.

Cuando rompió á hablar, lo primero que hizo fué preguntar por doña Paulita, y también por Clara, empleando algunas discretas reticencias. Después dijo: Pues yo venía á decir á ustedes si quieren honrar con su presencia la función que la Hermandad de la Pasión y Muerte celebra mañana en la iglesia de Maravillas. Yo soy el secretario de la Cofradía, y gracias á se ha arreglado la fiesta.

En uno vió á Juanito Pelaez al lado de una mujer, vestida de blanco con un velo transparente: en ella reconoció á Paulita Gómez. ¡La Paulita! exclamó sorprendido. Y viendo que en efecto era ella, en traje de novia, con Juanito Pelaez, como si viniesen de la iglesia, ¡Pobre Isagani! murmuró ¿qué se habrá hecho de él?

Al decir esto arqueó las cejas, miró el libro, hizo todos los esfuerzos imaginables para leer medio renglón, y después de emplear cinco minutos en tan importante tarea, volvió á hablar diciendo: ¿No tiene ninguna hermana? No, señora. ¡Oh! exclamó Paulita, dejando definitivamente á San Juan Crisóstomo; me olvidaba de mi rezo. Hermana, con la conversación de usted me he distraído. Vamos á rezar.

Había pasado toda la mañana averiguando dónde vivía Bozmediano, y en las pocas horas que permaneció en la casa de las tres nobilísimas damas, oyó decir que doña Paulita estaba muy mala, y que Clara no estaba buena. Lázaro salió, y ya entrada la noche penetraba en los solitarios barrios de la Flor Baja, donde está la habitación de los Bozmedianos. Entró en el portal y preguntó por don Claudio.