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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Antes que pudiese dar un paso el joven, Paulita ha saltado ya en tierra con su agilidad de sílfide y sonríe á Isagani con sonrisa llena de conciliacion; Isagani sonríe á su vez y le parece que todas las nubes, todas las negras ideas que antes le asediaban, se disipaban como humo; luces tenía el cielo, cantos el aire, y flores cubrían las yerbas del camino.
¿Qué dices? repitió después de una pausa. Usted está enferma, muy enferma, señora dijo Lázaro, que empezó á creer que doña Paulita deliraba ó estaba loca. La mujer mística sonrió de un modo inefable mirando al cielo y estrechando contra su pecho la caja del tesoro, como si fuera la persona del mismo Lázaro.
Prostérnate ante la virtud decía Elías; tú, pecador indigno de ser perdonado. Ha dicho que tenías buen corazón. No, señoras: no lo tiene. Doña Paulita hizo esfuerzos heroicos para aparecer con cierta dignidad arquiepiscopal en el momento en que Lázaro le besaba la mano, arrodillado ante ella; pero su decoro de santa fué vencido por lo mucho que empezaba á tener de mujer.
Era un quijotismo, una locura, que ninguna persona sensata en Manila se lo podía perdonar y tenía mucha razon Juanito en ponerle en ridículo, representándole en el momento en que se iba al Gobierno Civil. Naturalmente, la brillante Paulita ya no podía amar á un joven que tan erradamente comprendía la sociedad y que todos condenaban. Ella empezó á reflexionar.
Dicen que una de las causas que motivan esta enfermedad es el misticismo religioso y el hábito de los éxtasis y visiones. Eso será lo que tiene. ¡Pobre Paulita! Aquella noche estaban los dos en el mismo cuarto, sentados junto á una escasa lumbre. Clara se había levantado completamente restablecida. Lázaro revolvía en su imaginación los peregrinos incidentes de los días anteriores.
Esperó Clara toda la noche con mortal inquietud; pasó una hora y otra hora, y rezó todas las oraciones que sabía, sin olvidar las que le había enseñado doña Paulita. Su buen amigo no volvió hasta la mañana.
Isagani asentía con la cabeza mientras pensaba en Paulita á quien había sorprendido mirándole, una mirada que hablaba y quería decir muchas cosas. Isagani quería decifrar lo que espresaban aquellos ojos; ¡estos sí que eran elocuentes y nada charlatanes!
Isagani parecía disgustado: le molestaban tantos ojos, tantos curiosos que se fijaban en la hermosura de su amada: las miradas le parecían robos, las sonrisas de la joven le sabían á infidelidades. Juanito, al divisarla, acentuó su joroba y saludó: Paulita le contestó negligentemente, D. Victorina le llamó. Juanito era su favorito, y ella le prefería á Isagani.
El joven aragonés tenía tan ocupado el ánimo con sus propias amarguras, que no atendió; con la observación y la curiosidad que el caso exigía, á las raras señales de alteración física y moral que otro menos abstraído hubiera visto en la santa y edificante faz de doña Paulita.
Usted se va á asustar de lo que le voy á decir. No lo creerá usted; es inconcebible. Lázaro, que creía ya que doña Paulita Porreño no podía decir nada más inconcebible, tembló ante la promesa de nuevas y más extrañas confidencias. Para realizar la felicidad y la paz con que yo he soñado, no basta el amor; es decir, que para evitar mil irregularidades y disgustos es necesaria además otra cosa.
Palabra del Dia
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