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Actualizado: 2 de junio de 2025
El porvenir me había hecho olvidar el pasado: no obstante, Carlos nada me había dicho, nada me había confesado; pero parecíame que entre nosotros existía un secreto, un misterio... ¿Qué podía pedirle? ¡El me amaba! ¿Qué me importaba lo demás? »Como en el tiempo de nuestra niñez, pasábamos el tiempo agradablemente entretenidos y dábamos largos paseos.
Creo, Vizcondesa, que no podré gozar tanta ventura, porque me voy a los Pirineos le dije. Allí vamos todos: han recomendado al general las aguas de Barèges, que son milagrosas para las heridas. Parecíame que el general se quedaba en Mont-Doré.
El viento que soplaba constantemente sobre Wingdam, penetraba en el aposento por diferentes aberturas; la ventana era sobrado pequeña para su rompimiento, donde colgaba dando extraños chirridos. Parecíame todo repugnante y desaseado.
»Aturdida y disgustada de aquella sociedad, parecíame oír una lengua desconocida, que estaba en un mundo nuevo y extravagante, lejos de mi país, de mis amigos a quienes ansiaba volver a ver; antes de que terminase la comida, las frecuentes libaciones habían acalorado los cerebros de nuestros convidados. »¡Por esta hermosa joven! exclamó uno de ellos apurando un vaso de vino.
Parecíame entonces una masa aislada, de perfecta regularidad, de iguales pendientes en todo el contorno, de cumbre suavemente redondeada, de base que se perdía insensiblemente en las campiñas de la llanura. No hay tales montañas en la tierra.
A la luz del día parecíame su traza muy otra de lo que me había parecido a la luz artificial. El blanco y fino cutis de su cara tenía un matiz azulado, y había en sus ojos y en su boca una muy marcada expresión de anhelo. Sin embargo, su «humor» era el de siempre; y si era disimulo de lo contrario, no se le conocía. Se admiró de hallarme levantado tan temprano.
Parecíame que después de las tristes ocurrencias pasadas, en guerra abierta con su madre, con las miradas de la población fijas en ella, debía mostrar más reserva y circunspección. Asaltábanme tristes sospechas respecto a su carácter, y, reconociendo su irresistible atractivo, acusábala interiormente de frívola y ligera. Estas dudas me atormentaban, porque, al fin, pretendía hacerla mi esposa.
Quedó en ir a la mañana siguiente a invitar a Gloria y en avisarme por medio de carta el día y hora de la excursión y, en general, todo lo que sucediese. Mis esperanzas, tan pronto vivas como muertas, renacieron ahora más frescas y lozanas que nunca. Parecíame imposible que, dejándome un rato a solas con mi ex novia, no la conmoviese y redujese a quererme otra vez. Tal fe tenía en mi elocuencia.
Parecíame todo el valle, relativamente a la altura de su marco, de una pequeñez asfixiadora, y considerábame caído de las nubes en el fondo de un dedal enorme. ¿Qué idea tendría Chisco de la Gloria celestial, cuando la ponía solamente un punto más arriba que aquello en la escala de lo hermoso y admirable? ¡Dios eterno, qué envidia tuve entonces a los pájaros porque volaban!
Cuando di los primeros aldabonazos en la puerta, parecíame que golpeaba en mi propio corazón. ¿Estaría allí Inés? ¿Estaría allí, ya olvidada de que antes existiera en el mundo un chico llamado Gabriel, arcabuceado por los franceses?
Palabra del Dia
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