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Actualizado: 2 de junio de 2025
Era un amor humano: el amor del hombre hacia la mujer: una atracción incontrastable me arrastraba en mi pensamiento a confundirme con ella: parecíame sentirla engrandeciendo mi ser, absorbiéndose enteramente su cuerpo y su alma, respirando en su aliento, latiendo en su corazón, viviendo en su vida... ¡Oh!
En cuantas personas encontraba al paso veía un rostro amigo, y todo era para mí simpático y risueño: los hombres, las mujeres, los viejos, los niños, los perros, hasta las casas, pues mi imaginación juvenil observaba en ello no sé qué de personal y animado, se me representaban como seres sensibles; parecíame que participaban del general contento por mi llegada, remedando en sus balcones y ventanas las facciones de un semblante alborozado.
No puedo expresar el efecto que producían en mis ojos, los de la pobre enferma cuando nuestras miradas se encontraban; parecíame que veía aclararse de súbito aquella figura, antes radiante de vida, y ahora completamente cambiada.
Parecíame que las mujeres con las cuales había estragado mi corazón y mis sentidos eran de otra especie que Amparo: me parecía que Amparo era la mujer... ella sola la mujer: esa mitad preciosa de la vida del hombre; la compensación de su fatiga, la alegría de sus pesares, el aliento de su corazón, la mitad del cuerpo y del alma de nuestro hijo, de ese dulce punto de unión donde van a confundirse en una dos existencias; la mujer con la cual nos identificamos, que siente con nosotros como nosotros sentimos con ella; que sufre cuando sufrimos; que goza cuando gozamos; que se muestra orgullosa por pertenecernos, y fuerte por nuestra fuerza; que asida de nuestro brazo se encamina tranquila a la tumba, y muere contenta y feliz si en su lecho de muerte se ve rodeada del amor de una familia en la cual se mira multiplicada, joven, fuerte, hermosa como en los días de su juventud.
Yo creía también que las cuestiones que España tenía con Francia o con Inglaterra eran siempre porque alguna de estas naciones quería quitarnos algo, en lo cual no iba del todo descaminado. Parecíame, por tanto, tan legítima la defensa como brutal la agresión; y como había oído decir que la justicia triunfaba siempre, no dudaba de la victoria.
Es el alligator, el cocodrilo del Nilo y de algunos ríos de la India, el yacaré de los nuestros, pero de dimensiones colosales. Parecíame una exageración la longitud de cinco a seis metros que asigna a algunos un viajero francés, M. André; pero, después de haber observado millares de caimanes, puedo asegurar que, en realidad, hay no pocos que alcanzan ese enorme tamaño.
Palabra del Dia
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