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Actualizado: 29 de mayo de 2025
El Rey suspiraba incrédulo, y se acordaba de su conducta, que era la premisa lógica de su gota. De pronto cesaba el paseo: Su Majestad se detenía un rato ante el balcón por donde se veía la Plaza de Oriente, que entonces era un páramo. Miraba un rato las casas de Madrid, y dando un gran suspiro, tornaba al paseo lento y trabajoso.
A menudo, cuando tenía que enviarle una carta por el correo interior o por medio de mensajero, escribía en el sobre: «Señor don Tristán Aldama del Páramo», o bien añadía al apellido «y Fernández Yermo» o «Desierto Arenoso». Tristán toleraba estas bromas porque respetaba y admiraba a su amigo.
De manera que para dos parejas de mujeres tan separadas una de otra, aquella casa, durante las altas horas de las noches de invierno, en las que escasean los ruidos de la calle, con la espesura de las alfombras en el suelo y la abundancia de macizos cortinones que apagaban el rumor de las pisadas y hasta el sonido de la voz, era un completo páramo con su muda e imponente soledad.
Y en estas conversaciones solía embromar lindamente a Tristán con sus nuevos amigos reprochándole el tiempo que perdía. Tristán se defendía alegando que el trato con la gente de la misma profesión era de absoluta necesidad para sostenerse y confortarse. No lo pienses, querido Páramo, no lo pienses. La unión hace la fuerza en todas partes menos en el arte.
Apenas hay necesidad de preguntarlo, porque en medio de ese páramo, el Sotillo viene a ser un jardincito abrigado y delicioso... Y a propósito, ¿cuándo me llevas al Sotillo? Hacía ya algún tiempo que Núñez le venía instando para que le llevase a ver la posesión de su futuro cuñado, de la cual se hacían lenguas en Madrid.
La onda se humilla, corriendo fugitiva, ante ese conquistador que la surca sin temerla y la azota con las ruedas de su carro triunfal; el monstruo de las aguas busca sus grutas escondidas en el abismo, comprendiendo que el imperio del elemento líquido le pertenece á un sér infinitamente superior; y el huracan, ese Júpiter sin forma, de aliento destructor, que impera sobre las soledades del páramo, de la selva, del arenal y del océano, parece amansarse en presencia de ese viajero que opone á las conmociones supremas de la creacion la fuerza misteriosa de la ciencia triunfante!
No vaciló en referir todo lo que había pasado por él desde que leyera aquella carta. «El mundo sin una amistad como la suya era un páramo inhabitable; para las almas enamoradas de lo Infinito, vivir en Vetusta la vida ordinaria de los demás era como encerrarse en un cuarto estrecho con un brasero. Era el suicidio por asfixia.
Es este el ménos elevado y grandioso, pero mas seguro que el del «Cuello-de-Balme», páramo encumbrado donde las borrascas son frecuentes, casi repentinas y temibles en todo caso. La via, que es solo de herradura, gira durante un trayecto de 9 ó 10 kilómetros por el valle del Arve, remontándolo.
Tomaba lo que le ofrecían, después de pedir tímidamente un poco más. Así, pieza tras pieza, se desmontaba la casa. Y esta, poco a poco, se iba quedando vacía, se iba agrandando. El frío y la soledad se apresuraban a invadir los polvorientos y tristísimos huecos que los muebles dejaban tras sí. Cuando hubo concluido, la sala era un páramo.
No dejó el tráfico hasta que los estudios y la edad de Fermín lo exigieron. Hubo que dejar el país y por recomendaciones del párroco de Matalerejo, Paula fue a servir de ama de llaves al cura de La Virgen del Camino, a una legua de León, en un páramo. Fermín, también por influencia de Matalerejo (el cura), y del párroco de la Virgen del Camino, entró en San Marcos de León en el colegio de los Jesuitas, que pocos años antes se habían instalado en las orillas del Bernesga. El muchacho resistió todas las pruebas a que los PP. le sometieron; demostró bien pronto gran talento, sagacidad, vocación, y el P. Rector llegó a decir que aquel chico había nacido jesuita. Paula callaba, pero estaba resuelta a sacar de allí a su hijo en tiempo oportuno, cuando ella pudiera asegurarle un porvenir fuera de aquella santa casa. No le quería jesuita. Le quería canónigo, obispo, quién sabe cuántas cosas más.
Palabra del Dia
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