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Pasando una mañana Timoteo desde la sala al comedor, D. Pantaleón, que al parecer estaba apostado en uno de los cuartos del pasillo, se arrojó sobre él de improviso, le echó las manos al cuello y hubiera concluido probablemente por estrangularle si al ruido no hubiera acudido la gente de casa. A duras penas consiguieron arrancárselo de las manos.

El mismo D. Pantaleón resolvió que la boda se celebrase con un día de campo en los Viveros, como era uso y costumbre entre el elemento distinguido del comercio de Madrid. Fue en el primer domingo de Agosto.

No había ejemplar más a propósito para el estudio. D. Pantaleón comenzó por observarle atentamente durante horas enteras. Esta atención inesperada escamó muy pronto al Clavel. La mirada de Sánchez le ponía inquieto, nervioso. A los pocos minutos no podía menos de levantarse del sitio donde se hallaba para ir a tumbarse más lejos.

Su exaltación al proferir estas palabras era inmensa. Enrojeciósele el rostro y sus ojos se inyectaron mientras con las manos crispadas palpaba la cabeza del niño. De tal modo que éste, asustado, se echó a llorar. D. Pantaleón recobró instantáneamente la calma y, abrazándole y besándole, le bajó acto continuo a su casa. Pero no sosegó desde entonces.

Es imposible que salga bien haciendo tan gran cantidad repuso Carlota, igualmente ruborizada. Ambos se perdieron instantáneamente en lo más espeso e intrincado del bosque. Esta vez no fue D. Pantaleón, sino su último retoño, quien vino a su encuentro.

Por todas partes se extendía una tierra ondulante de lomos anchos redondeados y vestidos de verde por el trigo y la cebada nacientes. D. Pantaleón, saliendo al fin de su mutismo, hizo en voz alta la observación de que «las gramíneas estaban muy hermosas,» a lo cual respondió su compañero que «era la época del crecimiento de las monocotiledóneas

D. Pantaleón en aquellos momentos tenía el pensamiento tan inmóvil como su cuerpo; yacía entregado a una sensación de bienestar animal, que inundaba su ser como una ola tibia y lo paralizaba. Muchas veces duerme así el espíritu cuando se prepara a una actividad enérgica, como el luchador que reposa para disponer de toda la fuerza de sus músculos.

La soledad que antes les parecía aterradora hallábanla ahora gratísima y gozaban cambiando frases de admirable sentido, como la primera pareja creada por Dios en los jardines del Paraíso. No fue un ángel quien vino a arrojarles de él, sino el propio creador de la mitad de la pareja, esto es, D. Pantaleón Sánchez, papá de las dos niñas. He tenido el honor, Sr.

La voz dolorida del niño, amarrado a la mesa, repetía sin cesar: ¡Abuelito, deja a papá!... ¡deja a papá! El loco al fin fue adquiriendo alguna ventaja. Las fuerzas de Mario mermaban. Sus dedos cedían: el peso y el volumen de D. Pantaleón le asfixiaba. Logró éste al fin ponerse encima de él y sujetarle. ¡Ya eres mío! ¡ya eres mío! gritó lanzando feroces carcajadas.

La familia Corneta fue conducida en triunfo hacia uno de los cenadores, donde Mario y su esposa fueron agasajados por ellos con algunas frases amabilísimas, de las cuales tanto D.ª Carolina como su digno esposo D. Pantaleón conservaron por mucho tiempo vivo recuerdo.