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Actualizado: 13 de junio de 2025
Frascos, retortas, cristales, cacharros grandes y pequeños, se hallaban esparcidos por el suelo y sobre una gran mesa de cocina. Allí era donde don Pantaleón y su amigo Moreno se encerraban para impulsar el progreso de la humanidad. De esta pequeña buhardilla saldrá al fin algo que el mundo acogerá con asombro y aplauso dijo con profética iluminación poniendo una mano sobre el hombro a su yerno.
Como hubieran hablado durante algunos días de Zoología, habiéndole citado Moreno hechos muy curiosos acerca de los sentidos y el instinto de los animales, D. Pantaleón quiso hacer por su cuenta inmediatamente algunos estudios prácticos. Pesó y meditó algún tiempo sobre qué clase de animales había de dirigir su investigación. Descartó desde luego los invertebrados.
Porque les roba calórico. ¿Y de dónde procede este calórico? De la introducción del oxígeno en la sangre. ¿Sabes una cosa, Carlota? decía Presentación otra vez a su hermana. Margarita está enamorada del chico de Roda. Ella misma me lo confesó ayer. D. Pantaleón sonrió benévolamente. ¿Sabéis por qué está enamorada? ¿A que no? Toma, porque le gusta. Es un chico muy guapo.
¡Pues yo te digo que no quiero oír sandeces, ea!... Buenas noches. Y se volvió del otro lado. D. Pantaleón suspiró hondamente y se volvió también para dormir. Pero a los pocos días, lleno de celo científico y de buena fe, dijo otra vez a su esposa: Carolina, la otra noche estaba equivocado y te dije una falsedad. ¿Qué falsedad? preguntó la buena señora sorprendida.
Preparose durante varios días con libros que consideró del caso, leyó al Padre Larraga y al jesuita Roothaan, consultó varios sermonarios de Santander, Eguileta y Pantaleón García, hizo acopio de frases sabias, citas de los Santos Padres y hasta de figuras retóricas, escogiendo tropos, hipotiposis y apóstrofes que dieran color a sus períodos, después de lo cual fijó el tema de la oración, fundándola en aquellas palabras famosas: Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.
El día que supo que una de aquellas que había en la exposición estaba vendida en tres mil duros no pudo menos de abrazar y besar a su yerno. El mismo D. Pantaleón, aunque refractario a estas frivolidades, pasó por la exposición para ver la obra de su hijo político.
D. Pantaleón cambió con él una risueña mirada de inteligencia y quedó admirado de la gracia y penetración de su amigo. Los clérigos los miraban con sorpresa y desconfianza. Godofredo estaba inquieto, y se apresuró a distraer a los comensales con nueva conversación. El vino despierta siempre con viveza los sentimientos tiernos y las ideas metafísicas.
Al principio nuestro joven iba dos veces por semana a pasar un ratito después de la oficina a casa de D. Pantaleón. Poco después, un día sí y otro no; luego, todos los días. Esto sin perjuicio de verse y hablarse diariamente en el café del Siglo y de las salidas extraordinarias a misa y a tiendas, en que casualmente se tropezaban. Pero no bastaba todavía a calmar las ansias amorosas del escultor.
Pero ni Moreno ni el ingenioso Sánchez estaban de humor para reírse. Lo hicieron, sin embargo, pero resultó la risa del conejo. Si usted me hiciera ahora el favor de la mano... dijo D. Pantaleón con voz temblorosa. Hombre, es usted muy viejo... pero, en fin, allá va. No, la derecha no, la izquierda. ¡Vaya por la zurda! exclamó el hombre alargándola.
Lo he ido aplazando de un momento a otro, porque a la verdad me duele en el alma tocar este punto... Pantaleón me ha mandado decirte que sus medios de fortuna no le permiten manteneros a ti y a tu esposa. «Si fuéramos ricos, me dijo, no tendría mayor inconveniente en que Mario se divirtiese y pasase la vida holgando, pero, hija, nosotros tenemos sólo lo necesario para vivir decorosamente... Dile que la obligación primera de todo casado es sostener a su familia con el producto de su trabajo.
Palabra del Dia
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