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De modo que, lo que decía confidencialmente D.ª Carolina a la señora Rafaela: Hija, estos muchachos no me dejan tiempo para arreglar mi casa ni para vigilar la cocina; no puedo cepillar la ropa a Pantaleón, no puedo escribir una carta, no puedo hacer una visita. ¡Siempre clavada a la silla en el gabinete! Luego, si Presentación me ayudase un poco a soportar la carga; pero ¡que si quieres!

Adolfo se pasaba las horas muertas en aquella casa; tantas, que era difícil averiguar cuáles destinaba a la lucha por la existencia. D. Pantaleón se instruía rápidamente con las mil noticias científicas que diariamente le suministraba.

El genio dormía en el fondo de su alma, sin que nadie, ¡nadie! ni él mismo, sospechase su presencia. D. Pantaleón Sánchez no era rico. Sólo tenía un pasar adquirido en el comercio de géneros de punto a fuerza de economías y privaciones.

Su suegra, viéndole en camino de hacerse independiente, le acogía con más agrado, pero siempre mostrando reserva, apercibida a romper toda relación en cuanto tuviese la osadía de quedarse sin qué comer. D. Pantaleón comenzó a sentir por él una predilección tan señalada que el muchacho estaba sorprendido.

Uno sostenía que el pensamiento era una secreción semejante a la bilis o a la orina. D. Pantaleón en sus experimentos no había hallado señal de estas secreciones en la masa encefálica. Otro, que el pensamiento se producía en el cerebro por un método análogo al de la fabricación del pan. Era más verosímil.

Gritos, confusión, vivísimas interjecciones. D. Pantaleón, pálido y secándose la sangre con el pañuelo, se retira profundamente afectado a su dormitorio. La ciencia, la humanidad pierden una interesante monografía del perro. La familia Sánchez se estrechó un poquito para que cupiese Mario. En el cuarto donde antes alojaban las dos hermanas se aposentó ahora el matrimonio.

El General don Pantaleón García fué el único que en tan crítico momento se encontraba en su puesto de Maypajo, Norte de Manila; pues los Generales Noriel, Rizal y Ricarte y los coroneles San Miguel, Cailles y otros, estaban fuera, disfrutando de sus licencias. El General Otis, segun informes verídicos, telegrafió á Washington que los filipinos habían agredido al ejército americano.

La conversación vino por fin a recaer sobre el Pollo. ¿Tiene familia? preguntó D. Pantaleón. , señor; cinco hijos. ¡Ah! Pues entonces no se hubiera hecho nada con ahorcarle si no se ahorca también a sus cinco hijos. ¡Cómo! exclamó el caminante dando un paso atrás. ¿Quería usted que a esas criaturas, que la mayor tiene nueve años... Desde luego repuso grave y firmemente D. Pantaleón.

Los tertulios, bajo la influencia de esta voz sepulcral, quedaron sombríos y mudos. El mismo D. Pantaleón, con ser un espíritu tan analítico, no pudo menos de experimentar el sentimiento de desolación que la voz de D. Dionisio producía.

Este último trozo de tierra alta es justamente la mas próxima á los Chiquitos, como que solo distan veinte leguas, en cuya distancia se hallan dos cordones de serranias que vienen de nor-oeste á sud-oeste: la una, llamada de San Fernando, besa el rio en Albuquerque, y la nombrada San Pantaleon, en Coimbra, segun me avisan de Chiquitos. En ellas halló el Exmo. Sr.