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Actualizado: 13 de junio de 2025


Gracias a la energía indomable de mi carácter pude luchar, sin embargo, y logré triunfar. Es la ley de la selección que ya conoce usted. Realmente necesité verme admirablemente dotado por la Naturaleza para no haber perecido hasta ahora. D. Pantaleón se mostró profundamente interesado por estas confidencias, y su admiración hacia Moreno, aquel germen tan apto, creció desmesuradamente.

Luego se fijó el día: se discutió la forma en que había de celebrarse. Antes se había convenido en que los novios no vivirían aparte «por ahoraEl pequeño sueldo de Mario no lo consentía. D. Pantaleón manifestó por boca de su esposa que mientras el matrimonio no se hallase en condiciones de establecerse, viviría en su compañía.

D. Pantaleón, hay que decirlo con toda claridad, había llegado más arriba en el camino de la indagación, poseía un conocimiento más completo de los resortes de la Naturaleza que su amigo. Apenas le faltaba explicación para ninguno de los infinitos fenómenos de la creación natural. Como hay de ello muchos ejemplos en la historia de la ciencia, el discípulo sobrepujaba notablemente al maestro.

Una vez comprobadas estas preciosas observaciones, se apresuró a formularlas por escrito en su cuaderno de notas. Mientras D. Pantaleón se alzaba de golpe con raudo vuelo a las esferas más altas del pensamiento, su amistad con Adolfo Moreno, origen de este memorable suceso, se estrechaba cada vez más. Moreno comenzó a visitar la casa; se pasaba las horas encerrado con aquél en su gabinete.

Buenas noches, señores dijo éste acercándose al patíbulo. ¿Cómo sigue usted, doña Carolina?... ¿Qué tal, D. Pantaleón? ¿Y ustedes, niñas? Todos buenos, todos buenos, y todos sonrientes, acogiendo a D. Laureano con la misma alegría que a un bienhechor de la humanidad.

Carlota escuchó llorosa y distraída aquellas científicas explicaciones que por el estado de su alma no produjeron el resultado que era de esperar. D. Pantaleón rebañó de su bolsillo algunas pesetas y se las dio. La situación de la infeliz muchacha era cada día más triste.

Una honda tristeza dominaba a toda la familia. Sin embargo, su digno jefe D. Pantaleón, por virtud de una actividad incesante, atenta siempre a los hechos, aun los más insignificantes, del mundo de la Naturaleza, y resguardado por las grandes verdades del orden físico y químico que había podido adquirir, se hallaba fuera del alcance de toda emoción penosa.

Mas he aquí que un día, al bajarse Timoteo para recoger un corcho que se había caído al suelo, vio don Pantaleón en su cuello una mancha encarnada que al punto le pareció de carácter herpético. Nada dijo por entonces. Procuró con maña cerciorarse. Pronto logró averiguar que Timoteo, en efecto, padecía de herpetismo.

Pero cuando Clavel tomó realmente por lo serio las pretendidas observaciones de D. Pantaleón fue cuando éste se valió de un medio ingenioso para convencerse de que los perros distinguían los colores. Cortó cuatro cartones iguales, dos pintó de azul y dos de rojo.

¿Ha tomado usted con exactitud las medidas? dijo éste, al fin, en voz baja. Perfectamente repuso D. Pantaleón muy quedo también. ¿No se habrá corrido el compás? Ni un milímetro; estoy seguro. Moreno sacudió la cabeza con gesto dubitativo, mientras su amigo continuaba asegurando por medio de expresivos ademanes la exactitud de los datos antropométricos que había tomado.

Palabra del Dia

rigoleto

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