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Actualizado: 7 de junio de 2025


Vamos, Juanita, no seas mala ni digas disparates. No es tan fiero el león como lo pintan. Y si gustases un poquito de , y mi conversación te divirtiese en vez de fastidiarte, no tendrías tanto miedo de la maledicencia, ni de los furores de mi hija, ni de los exorcismos del cura. ¿Y de dónde saca usted que yo no guste de tener con usted un rato de palique?

De travieso y alborotado volviose tan juiciosillo, que al mismo Zalamero daba quince y raya. Entrole la comezón de cumplir religiosamente sus deberes escolásticos y aun de instruirse por su cuenta con lecturas sin tasa y con ejercicios de controversia y palique declamatorio entre amiguitos.

Oía a Petra sin entender bien su palique, le molestaba el ruido de la voz aguda y lacrimosa, no lo que decía, que ya no llegaba a la atención del canónigo; quería mandarla callar, pero no podía, no podía hablar, no podía moverse.... Petra habló todo lo que quiso.

Y en seguida, como si ya no quisiera más palique ni tuviera más ansiedades, se volvió a recostar con abandono inocente en los brazos amigos, musitando: Tengo sueño.... Salvador, acogiéndola como cuando era chiquita, todavía quiso averiguar: Y ¿qué espero, di, Carmencita? Espera que yo descanse.... Espera que amanezca y que salga el sol....

La tenacidad de estas resistencias, que preveía, pudo apreciarla al siguiente día, cuando misia Gregoria, contra su costumbre, la habló acremente de aquella larga conversación, que olía a temporada, con el renacuajo. ¿A qué tanto palique? ¿qué le había dicho? Si él se hizo el pegajoso, como mal educado que era, haberle plantado.

Visita se acercó a la ventana para decirle al oído: Hijita, si quieres, puedes confesar ahora porque ahí tienes al padre espiritual... ya comerá contigo. Ana se estremeció y se separó de Mesía sin mirarle. Hola, hola dijo don Víctor que entraba dando el brazo a la robusta y colorada Edelmira-mujercita mía, ¿con que se está usted de palique con ese caballero?...

Segunda regresó a las diez, después de la horita de tertulia que solía pasar en el puesto de carne, y viendo a su sobrina muy despabilada, le dio un poco de palique: «¿Sabes a quién he visto?, a la tía esa, la de los Pavos. Fue a buscarme al cajón, muy ofendida porque el señor Ballester no la dejó entrar a verte.

Don Víctor no llevaba traza de poner fin al palique y Ana misma se creyó en el caso de decir: Vaya, vaya... hasta mañana; Víctor, adentro, adentro. Y cerró las vidrieras en las narices de Álvaro y de los pollos. Paco y Joaquín desaparecieron en lo obscuro del corredor. Quintanar ya estaba de espaldas, allá en el fondo de la alcoba, en mangas de camisa.

A pesar de la amenidad de tales conversaciones, el grupo de venerables ancianos, con los que sólo había un joven y éste calvo, prefería al más grato palique el silencio; y a él se consagraba principalmente aquella especie de siesta que dormían despiertos. Casi siempre callaban.

Su tía acudió corriendo y al enterarse, en vez de verter lágrimas, comenzó á increpar á su marido: ¿Lo ves, burro, lo ves? ¿Ves lo que te está pasando por esa afición al palique, por no hacer caso de ?... ¡Si hubieras ido á ordeñar las vacas no te hubiera pasado nada!

Palabra del Dia

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