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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Del doctor, de su segundo marido, no se acordaba para nada. Aquel buena pieza, con sus infidelidades, no tenía derecho a exigirla cuentas por lo que pudiera hacer. Lo que más extrañeza le causaba era que se mostrasen ahora en ella tan terribles escrúpulos, cuando a raíz de su primera viudez había caído fácil e insensiblemente en los brazos de Pajares.
Los primeros rayos del sol anunciaron un día caluroso. En torno de los pajares vió Desnoyers una agitación de personas que se levantaban, sacudiendo sus ropas y despertando á otras todavía dormidas. Eran fugitivos que habían acampado en las inmediaciones de la estación, esperando un tren que les llevase lejos, sin saber con certeza adónde deseaban ir.
Las de Pajares salieron acompañadas por Andresito y don Antonio, siguiéndolas con su vista ansiosa la crédula Teresa. ¡Dios mío, que se ablandara el corazón de aquel hombre, para que no la martirizase escandalizando a la familia y los amigos! Abajo, en la cerrada tienda, encontraron a don Eugenio, siempre con la gorrita de seda, el cual acogió con gesto huraño a su antiguo dependiente.
A las doce, cuando mayor era la concurrencia, las de Pajares salieron de la catedral, devocionario en mano y al puño el rosario de nácar y oro. Regresaban a casa después de oír misa, y al llegar frente a la Audiencia vieron correr la gente, oyendo al mismo tiempo un lejano tamborileo. ¡La cabalgata! ¡La cabalgata! gritaba la chiquillería corriendo por la calle de Caballeros.
Recordaba con pavor ciertas historias de la huerta oídas en la fábrica: el miedo de las jóvenes á Pimentó y otros jaques de los que se reunían en casa de Copa: desalmados que, aprovechándose de la obscuridad, empujaban á las muchachas solas al fondo de las regaderas en seco ó las hacían caer detrás de los pajares.
Las dos amigas volvieron a reanudar su conversación. Doña Manuela, con aire maternal, daba consejos a la desconsolada esposa: ella, en lugar de Teresa, daría un disgusto al esposo infiel echándole en cara su conducta.... ¿Que no se atrevía? Pues esto es lo que ella hacía con el difunto doctor Pajares.... En fin, cada una tiene su carácter.
Don Juan comenzaba a mostrarse más alegre; y como si olvidase las antiguas preocupaciones, miraba con igual cariño a todos los que estaban en la mesa, sin pensar si eran hijos del antipático Pajares y si su hermana era una derrochadora. Ahora, ¡voto a Dios! venían bien dos deditos de vino, para acompañar dignamente a la gallina en su bajada al estómago.
¡Qué tarde tan hermosa! Nunca se sintieron las de Pajares más contentas de la vida. Al descender de su carruaje frente a la plaza, llovieron sobre ellas los requiebros; y para todas hubo, hasta para la mamá, que respiraba ruidosamente y enrojecía, satisfecha del triunfo. Indudablemente eran ellas las que más llamaban la atención en toda la plaza.
Y la viuda de Pajares, que tan mal había hablado de Teresa, su antigua criada, hacía ahora elogios de ella como si fuese una amiga de la infancia. A las tres salía la familia con dirección al Mercado. Concha y Amparito llamaban la atención con sus vestidos de vivos colores y las capotitas de paja, que hacían lucir sobre su cabeza toda una pradera de flores y musgo.
¡Qué tardecita pasaron las de Pajares! Exteriormente fueron las de siempre; las niñas contestaron con mohines graciosos a los saludos de los amigos, y la mamá, altiva y majestuosa, cobijándolo todo con su mirada de protección. Pero en su interior ¡cuántos tormentos!
Palabra del Dia
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