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Actualizado: 24 de junio de 2025


¡Antonio!... ¡Antonio! Se inclinaban sobre él para hablarle al oído, como si durmiese; pero Antonio no escuchaba. Uno de sus ojos permanecía oculto en la tierra del paseo; una piedrecita había saltado sobre los párpados del otro. Todo un lado de su uniforme estaba blanco de polvo. El feroz ronquido era lo único que respondía á los cariñosos llamamientos.

Se lo pido en nombre de su hijo, en nombre de Carlos, que nos espera, que nos escucha tal vez. ¡Dios mío! exclamó Juanita juntando las manos; ¡por qué no está él aquí para cerrar mis párpados, para recoger mi último suspiro! Y, arrebatada por su amor y por la intensa amargura que sentía, dirigíale la más tierna despedida, hasta el punto de que Isabel y Fernando prorrumpieron en amargo llanto.

Cuando el Duque, levantando un instante los párpados para mirarla, hacía una ligera señal de aprobación, el gozo le subía en forma de carmín a las mejillas. En aquel momento despreciaba de buena fe, con todas las veras de su alma, al mundo cursi en que la suerte la había hecho nacer y vivir.

Quedábase unos instantes inmóvil ante el lecho, contemplando fijamente al enfermo, como si en su rostro enrojecido e inmóvil pudiera leer algo de lo que pensaba al rechazarla con tanta vehemencia. Entreabría los párpados del enfermo y se fijaba en el ojo amarillento, opaco, sin vida, no pudiendo encontrar en él un rastro del pensamiento que con tanto interés buscaba. Así pasó toda la mañana.

El duque no dió señales de oir. Con los párpados caídos, bufando y paseando el cigarro de un ángulo a otro de la boca, se mantuvo silencioso y guardó de nuevo la cartera después de haberla apretado con una goma. Faltan quinientas pesetas, señor duque , repitió Fayolle. ¿Cómo? ¿Faltan quinientas pesetas? No puede ser.... A ver; cuente usted otra vez. El comerciante contó.

Pero sus fuerzas estaban agotadas con tanta menuda y enfadosa ocupación, y gozaba con voluptuosidad de un corto momento de reposo, en espera del trajín del día siguiente. Caíansele ya blandamente los párpados, cuando se abrió la puerta con violencia, haciéndole dar un brinco en la butaca.

Es verdad dijo Salvador participando de aquel escalofrío. Y vio extinguirse la chispa funeraria en los ojos de Salomé, porque sus flacos párpados cayeron como apagadores de iglesia, y dejaron el amarillo semblante en su primitivo aspecto de cosa completamente acecinada y seca. ¡Caballero, tengo un frío horrible! murmuró la dama temblando . Vamos a prisa.

La santa, concluida la oración mental, se había sentado en un taburete, y poniendo un gran libro sobre sus rodillas, leía con la cabeza inclinada á un lado, arqueadas las cejas, bajos los párpados, y cruzadas las manos en ademán muy humilde.

Cabalmente tiene usted delante al mejor amigo del regente de la Audiencia. Al oír esto, don Zambombo abrió los ojos cuanto se lo permitía la carne de los párpados, y clavó la mirada en don Simón. Este se quedó como quien ve visiones. Y no era extraño. Pero, don Celso dijo sin poderse contener , ¿cómo es eso?...

Bringas se frotó los ojos, los volvió a abrir, y moviendo mucho los párpados, como los poetas cuando leen sus versos, exclamó con acento que desgarraba: «¡No veo!... ¡No veo!». Rosalía no pudo añadir nada; tal era su espanto. La de García Grande, que había logrado dominar el fuego, aunque no evitar completamente la adherencia de sus botas al piso, acudió al lastimoso grupo...

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