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La mañana siguiente la pasó recorriendo los prados artificiales que había formado detrás del parque, lamentando el abandono en que estaban por la marcha de sus hombres, intentando abrir las compuertas para dar un riego al pasto, que empezaba á secarse. Las viñas alineaban sus masas de pámpanos á lo largo de los alambrados que las servían de sostén.

En medio del patio se alza sobre la hierba un palomar artísticamente construido, que recuerda los chalets de la Suiza. Delante de la vivienda sube un emparrado nuevo, cubierto de pámpanos, que se entrelazan alrededor de las ventanas, brillando al sol, y que prometen un abundante follaje. El molino aparece a sus ojos deslumbrados como un asilo donde reina la paz y la inocencia.

Los hombres, en camisa y calzoncillos, avanzaban a gatas como corderos blancos. Iban de unas cepas a otras, arrastrando el vientre sobre la tierra caldeada. Los sarmientos esparcían sus pámpanos rojizos y verdes a ras del suelo, y las uvas descansaban en la caliza, que las comunicaba hasta el último instante su generoso calor.

Y el agua de la fuente cae con un manso susurro interminable... El cielo se nubla; relampaguea; caen sonoros goterones sobre la parra. Y un chubasco se deshace en hilos brilladores entre los pámpanos. Verdú mira el sol que de nuevo ha vuelto a surgir tras la borrasca. Don Víctor, en un rincón, siempre inmóvil, siempre triste, muy triste, se acaricia en silencio sus blancas patillas ralas.

Un resto de luz solar alumbraba débilmente el largo emparrado; los pámpanos ya muy ralos dibujaban sobre el cielo muy pálido multitud de recortes agudos y algunos ratones de campo que merodeaban con grandes precauciones a lo largo de los tirantes del emparrado, desgranaban los pocos racimos de uva marchita que habían quedado olvidados por los recolectores.

Martín lanza densas bocanadas de su pipa; en medio de la nube en que se ha envuelto, murmura después de una nueva pausa: ¡Hum! eso depende... ¿De qué? De que no le guardes rencor. ¿Yo, guardarle rencor? Vaya, vaya, no te defiendas. Juan no responde. No le costará mucho trabajo convencer a su hermano; y, cerrando los ojos, hunde de nuevo la cabeza en los pámpanos que agita el aire.

Es una parra joven. «Este año según la bella frase de uno de estos labriegos tan panteístas en el fondo , este año es el primero que trabaja.» Y es laboriosa, y es aplicada, y es vehemente. Sus sarmientos se enroscan y agarran con los zarcillos al encañado, cuelgan profusos los racimos, y los redondos pámpanos anchos forman un toldo de suave color presado sobre las aguas quietas.

No parece sino que para ellos el estudio de la teología, a que me he dedicado, es contrario del todo al conocimiento de las cosas naturales. ¡Cuánto han admirado mi erudición al verme distinguir en las viñas, donde apenas empiezan a brotar los pámpanos, la cepa Pedro-Jiménez de la baladí y de la Don-Bueno! ¡Cuánto han admirado también que en los verdes sembrados sepa yo distinguir la cebada del trigo y el anís de las habas; que conozca muchos árboles frutales y de sombra; y que, aun de las yerbas que nacen espontáneamente en el campo, acierte yo con varios nombres y refiera bastantes condiciones y virtudes!

Aunque era invierno, se me figuraba que los árboles todos del jardín se cubrían de follaje, y que el emparrado que daba sombra a la puerta se llenaba inopinadamente de pámpanos para guarecerles cuando salieran de paseo. El sol era muy fuerte y el aire se entibiaba, oreando aquel nido cuyas primeras pajas había ayudado a reunir yo mismo cuando fui mensajero de sus amores.

Á la base de la torre se adhiere una pobre tapia, que coronan descollantes los pámpanos de una parra, y en ella, por una puerta estrecha, mezquina y baja, á un pequeño huertecillo, bello y frondoso, se pasa.