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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Su rostro moreno tomó una palidez de ceniza. «¡Cristo!... ¡la de Nápoles!» El no sabía quién era la de Nápoles, no la había visto nunca, pero tenía la certeza de que llegaba como un estorbo fatal, como una calamidad inesperada. ¡Tan bien que marchaban las cosas!... El capitán hizo girar su sillón, despegándose de la mesa, y en dos saltos salió á la cubierta.
Los dos hermanos se abrazaron. La palidez de mi padre se confundía con la blancura de las almohadas de su cama.
Entonces atacada de súbita energía abrió de par en par la puerta y volvió a decir reciamente: ¡Germán! Reynoso dio un salto en su taburete y quedó en pie frente a ella. Una intensa palidez cubrió su rostro; pero inmediatamente brilló en él la cordial, la amable sonrisa de siempre y dio algunos pasos hacia ella con las manos extendidas. ¡Bien venida seas, Elena, bien venida, bien venida!
Has venido, ciertamente, de mares muy lejanos; ¿no eres una maravilla para los árboles de ese jardín? Extraña es tu palidez, extraño tu vestido, extraña sobre todo, la longitud de tus cabellos, y todo este silencio solemne.
El viejo casi se irritó ante tal frialdad. ¡Pasar junto á su hijo sin que el instinto le avisase su presencia! ¡Ah, las mujeres!... Volvió la cabeza para seguirla, pero inmediatamente tuvo que desistir de su atisbo. Había sorprendido á Margarita inmóvil detrás de ellos, con la palidez de la sorpresa, fijando una mirada profunda en el militar que se alejaba.
Recuerdo que me chocó el olor a gas que denunciaba una ciudad en la cual se vivía de noche lo mismo que de día, y la palidez de los rostros que no parecían sino de enfermos. Reconocí en aquel matiz el de Oliverio, y comprendí mejor que antes que tenía distinto origen que yo.
Un trueno formidable, simultáneo con el relámpago, estalló sobre la casa y puso pálidos a los más valientes. ¡Vamos, vamos, pronto! gritó el Magistral, cuya palidez no la causaba la tormenta. El trueno le sonaba a carcajadas de su mala suerte, a sarcasmos del diablo que se burlaba de él y de su miserable condición de clérigo.
Pero ¿estás herido, Roger? ¿Qué palidez es esa? Lo único que tengo, señor barón, es pesar amargo por la desdichada muerte de mi buen compañero de Pleyel. ¡Ah, sí! dijo tristemente el noble.
Tenía el pelo de un negro azulado por lo intenso, el rostro de una palidez clorótica, los pómulos salientes, algo caídos los labios, y los ojos de un mirar despreciativo y lánguido como de heroína de novela que no ha encontrado todavía su ideal en la tierra.
Una contracción, producida, al parecer, por el hábito de la sonrisa; una tensión violenta de los párpados, como quien expresa el último grado del asombro; palidez mortal, interrumpida por súbitas inflamaciones de rubor; voz semejante á un quejido fatigoso y animada de repente con vibración desentonada, eran los caracteres de su dolencia, próxima á llegar al período de mayor exacerbación.
Palabra del Dia
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