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La encontré iluminada por los oblicuos rayos del sol poniente y quedé como deslumbrado por el resplandor de aquella luz caliente y rojiza que la invadía como una oleada de vida. Sin embargo, me sentí más tranquilo viéndome solo y me asomé a la ventana esperando la hora saludable en que aquel torrente de claridad iba a extinguirse.

Espanta el pensar cuál habria sido la suerte de la cristiandad si la tremenda oleada venida del Africa no se hubiese estrellado contra las heróicas huestes de Castilla, Aragon y Navarra. Nunca se habia visto un ejército tan numeroso como el que juntó El Nassr allegando para la guerra santa toda la gente disponible de aquende y allende el Estrecho.

Dicho esto, lanzose sobre su adversario, atacándole en tercia o en cuarta, pues no entiendo una palabra de estas andanzas, ni él, ni su adversario, ni los testigos tampoco. Pero una oleada de sangre brotó de la punta del sable, unas gafas rodaron por el suelo, y el notario sintió aligerada su cabeza del peso de su nariz.

Por el espacio pasaba junto a con perezoso vuelo un gran pajarraco: era el águila que acudía a guarecerse a la torre... Las brumas del mar subían poco a poco. Bien pronto veíase tan sólo el blanco festón de la espuma alrededor de la isla... De pronto, por encima de mi cabeza, surgía una gran oleada de plácida luz. Estaba encendido el faro.

Ese pensamiento, que se despertó de pronto en mi cerebro, esparció en él una oleada de luz tal, que cerré los ojos como cegada. Y luego de nuevo gritar en : «¡Marta morirá y será tu deseo lo que la habrá muertoApreté los dientes y apoyándome en la pared me arrastré hasta el cuarto de la enferma.

Mira ese cielo que aquí parece un rubí y allí una amatista transparentes, mira esa llanura tan caprichosamente manchada con todos los matices del verde y del gualdo, mira la masa informe de esa sierra envuelta en neblina azulada. ¿No respiras esa oleada de perfumes penetrantes que oprime las sienes, que corre hacia el corazón anegándolo en una languidez de felicidad inefable...? Escucha.

Y el viejo se animaba, se erguía, apoyándose en su bastoncillo, y al hablar de su querida tienda, una oleada de sangre daba color a su cara fresca de anciano bien conservado. No; yo no puedo callar; esto apresurará mi muerte. Necesito tranquilidad, y no me acuesto ninguna noche sin llevar en el cuerpo un berrinche más que regular.

A veces interrumpíase el estertor de su respiración con una tos seca, lanzando espectoraciones estriadas de sangre. La vieja movía la cabeza. Ella esperaba algo negro y monstruoso, una oleada putrefacta que, al salir, se llevase todo el mal de la muchacha. Una tarde la vieja prorrumpió en alaridos. La niña se moría; se ahogaba.

»Esta idea me hirió como un rayo: sentí la sacudida en el pecho, y una oleada de lágrimas inundó mis ojos: ¡el primer beneficio que me otorgaba el duelo implacable de aquel día! Porque no oyera Luz mis sollozos, intenté cerrar la puerta; pero notó su débil rechinar y volvió la cara. Por si me había visto, me resolví a entrar, dispuesta a todo. De cualquier manera, yo no podía vivir así.

Pero al mismo tiempo ella se irguió igualmente; quedaron sus ojos á idéntico nivel, y como si quisiera completar la reciente caricia, se abalanzó sobre el príncipe, le tomó la cabeza entre sus manos y le besó la frente. Una oleada de perfume carnal, semejante á la otra que le había envuelto al recibir la sábana en pleno rostro, volvió á conmover su organismo.