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Actualizado: 8 de mayo de 2025
De ayer sólo data la construcción de buques á propósito para la navegación austral, siendo la oleada tan fuerte y dilatada en aquellos mares, que forma verdaderas montañas. ¿Qué pensar de esos primitivos navegantes, los Díaz y los Magallanes, que se aventuraron á surcarlos metidos en las pesadas y diminutas cáscaras de aquellos tiempos?
Los fardos saltaban de la cubierta: caían en el agua, donde los recogían los hombres descalzos y las mujeres con la falda entre las piernas; unos desaparecían por aquí; otros se iban por allá; fue aquello visto y no visto, y en poco rato desapareció el cargamento, como si lo hubiera tragado la arena. Una oleada de tabaco inundaba a Torresalinas, filtrándose en todas las casas.
En su parte más baja, a dos pasos de la calle Drouot, ábrese la puerta falsa del teatro, la entrada nocturna de los artistas. Cada dos días, a eso de la media noche, una oleada de trescientas o cuatrocientas personas pasa tumultuosa ante los ojos vivarachos del digno papá Monge, conserje de este paraíso.
Y por sobre todo esto, una suegra que le es hostil y le haría sentir duramente que se había presentado con las manos vacías. Sentí que una oleada de sangre me subía a la cara. Me ruborizaba, no por Marta ni por mí, pues yo era tan pobre como ella; me ruborizaba por él al oírle hablar así de su propia madre.
Era la vega entera abrazando el cuerpo de aquel niño que tantas veces había visto saltar por sus senderos como un pájaro, extendiendo sobre su frío cuerpo una oleada de perfumes y colores. Los dos hermanos pequeños contemplaban á Pascualet asombrados, con devoción, como un ser superior que iba á levantar el vuelo de un momento á otro.
¡El primer matador del mundo!... Y aquí estoy yo, para el que diga lo contrario. El resto de la corrida apenas llamó la atención. Todo parecía desabrido y gris tras las audacias de Gallardo. Cuando cayó en la arena el último toro, una oleada de muchachos, de aficionados populares, de aprendices de torero, invadió el redondel.
Una verdadera oleada de perfumes sube del jardín hasta él, un soplo ardiente le azota el rostro, y gotas de lluvia tibia le acarician las mejillas. Por momentos, los toneles de alquitrán que arden en la aldea lanzan llamaradas a través de las masas de vapor obscuro que velan el horizonte. Juan fija sus miradas abajo. Espera. El corazón salta en su pecho.
Y de un extremo a otro de los talleres, entre el calor creciente y la broma y bullicio que aumentaban, corría una oleada de regocijo, de franca risa, de diversión natural, de juego libre y sano; una afirmación enérgica de la femenidad de la Fábrica.
Los fardos saltaban de la cubierta: caían en el agua, donde los recogían los hombres descalzos y las mujeres con la falda entre las piernas; unos desaparecían por aquí; otros se iban por allá; fué aquello visto y no visto, y en poco rato desapareció el cargamento, como si lo hubiera tragado la arena. Una oleada de tabaco inundaba á Torresalinas, filtrándose en todas las casas.
A través de la puerta, abierta de par en par, la neblina y el viento llevaron al interior una oleada de frío. ¿Qué significa esto? preguntó, volviendo hacia Carlos su colérico rostro. ¡Nada! Pero, deténgase, se lo suplico... Aguarde hasta mañana, pero no esta noche. No lo haga. Se lo ruego. Por el amor de Dios, no haga usted eso.
Palabra del Dia
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