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Actualizado: 2 de junio de 2025
¿Cómo dices eso? -respondió don Quijote-. ¿No oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los atambores? -No oigo otra cosa -respondió Sancho- sino muchos balidos de ovejas y carneros. Y así era la verdad, porque ya llegaban cerca los dos rebaños.
Aquí, recogida una en sí, y en esta soledad del pensar, cuando se vive a cien mil leguas del mundo, se puede una decir ciertas cosas, que ni a la mejor de las amigas ni al confesor se le dicen nunca. ¡Qué hermosa soy! Cada día estoy mejor. Soy cosa rica, todos lo afirman y es verdad... ¡Dios de mi vida, las dos! Este chasquido que oigo es el muellecito de la caja en que Melchor guarda su pipa.
¡Hola! ¿Es la Sra. Ester la que desea hablar una palabra con el viejo Rogerio Chillingworth? respondió el médico, irguiéndose lentamente. Con todo mi corazón, continuó; vamos, señora, oigo solamente buenas noticias vuestras en todas partes. Sin ir más lejos, ayer por la tarde, un magistrado, hombre sabio y temeroso de Dios, estaba discurriendo conmigo acerca de vuestros asuntos, Sra.
Hasta... hasta donde siempre... sólo que, verás, me estuve en el banco en que tú me dejaste en la Glorieta, lee que te lee hecha una tonta, y me bajé después muy despacio hasta el Miradorio... Viéndome allí ya, como estaba la mañana tan hermosa, alargué el paseo hasta cerca del muelle; pero cuando más descuidada estaba, oigo el reló de la Colegiata, me pongo a contar, ¡Dios mío! y cuento las doce.
»Algunas veces vienen a visitarme los antiguos amigos de mi tío y su presencia rompe en tales ocasiones esta monotonía de mi vida. Pero, si he de ser sincera, diré que sólo dos nombres oigo pronunciar con agrado. »Es el primero el del conde de Mengis, pues él y su esposa se muestran conmigo muy amables y me tratan como a una hija. »El segundo nombre, Amaury, es el de su amigo Felipe Auvray.
Sentémonos aquí antes de entrar en el camino real. Es lo mejor que podemos hacer. Choto, ven aquí. Los tres se sentaron. Si está esto lleno de flores... dijo la Nela . ¡Madre!, ¡qué guapas! Cógeme un ramo. Aunque no las veo, me gusta tenerlas en mi mano. Se me figura que las oigo. Eso sí que es gracioso.
En efecto, la quinta del conde de Lemos era una hoguera. Oblíganme dijo Quevedo , malo me hacen culpas ajenas; la maldición me sigue; pero pica, Juara, pica, que me importa llegar á Madrid cuanto antes. Pero calla, que oigo los cuartos de un reloj da la villa que nos trae el viento. ¡Las nueve! dijo Juara. Pues pica largo, y gracias que aún están abiertas las puertas; enderecemos á la de Segovia.
Querida niña, si tuviera tiempo te demostraría que entre tú y yo no puede haber nada más torpe ni más inoportuno. Pero oigo el segundo toque y prefiero olvidar esta declaración intempestiva a exponerme a oír otra más difícil de digerir.
Vamos, don Santos, vamos a casa... Te digo que no tengo casa... déjame... hoy tengo que hacer aquí... Vete, vete tú... Es un secreto... ellos creen... que no se sabe... pero yo lo sé... yo les espío... yo les oigo.... Vete... no me preguntes... vete.... Pero no hay que alborotar, don Santos; porque ya se han quejado de usted los vecinos... y yo... qué quiere usted....
Quiero ser hombre político, personaje influyente, dueño de este distrito electoral, derrotando al cacique de la cabeza del distrito, que hoy lo puede aquí todo. ¿Quién le mete a usted en esos ruidos, Sr. D. Acisclo? dijo entonces doña Luz. Mis convicciones políticas respondió don Acisclo con suma gravedad. ¿Sus convicciones políticas? Me pasma lo que le oigo decir.
Palabra del Dia
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