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Actualizado: 2 de julio de 2025
Tengo á mi vista y en mi mano una manzana. Por lo demostrado mas arriba, estoy cierto de que existe un ser externo, relacionado con otros seres y con el mio por leyes necesarias; estoy cierto que de él me vienen diferentes impresiones: veo su color, figura y tamaño; percibo su olor, experimento su sabor; siento en la mano su magnitud, su peso, su figura, sus concavidades y convexidades, y oigo tambien el leve ruido que despide cuando la manoteo.
-Tú me harás desesperar, Sancho -dijo don Quijote-. Ven acá, hereje: ¿no te he dicho mil veces que en todos los días de mi vida no he visto a la sin par Dulcinea, ni jamás atravesé los umbrales de su palacio, y que sólo estoy enamorado de oídas y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta? -Ahora lo oigo -respondió Sancho-; y digo que, pues vuestra merced no la ha visto, ni yo tampoco...
Hacía quince años que no había venido a Madrid; está aturdido. Dice que Petrel es mejor que esto. Creo que tiene mucha razón. Yo pienso continuamente en Petrel. Y de lo que más me acuerdo, ¿sabes de lo que es? »No te lo digo. Adiós, hasta mañana. ...En el balcón luce, imperceptible, opaca, tenue, una ancha faja de la claror del alba. Y en la puerta, de pronto, oigo un persistente tarantaneo.
Hace veinte años no he dejado de serlo ... Puedo decir que las únicas penas de mi vida han venido del señor Roussel. Señorita, dijo Mauricio con estupor, no puedo suponer que usted me engañe, ... y sin embargo, lo que me está contando es tan extraño, tan inverosímil ... Hace veinte años que estoy al lado del señor Roussel y es esta la primera vez que oigo hablar de tales disensiones.
Por eso me gusta tanto viajar... Con el ruido del tren, no oigo el mío». Hubo un momento de silencio y tristeza en la mesa; pero aquello pasó, y siguieron charlando. Jacinta observaba que alguien le hacía telégrafos desde la puerta, alzando un poco el cortinón. Salió: era Guillermina. «No, yo no paso. Tengo que irme al momento a la obra le dijo con secreteo . Vengo para encargarte que le hables.
Oyó estas razones Cardenio bien clara y distintamente, como quien estaba tan junto de quien las decía que sola la puerta del aposento de don Quijote estaba en medio; y, así como las oyó, dando una gran voz dijo: ¡Válgame Dios! ¿Qué es esto que oigo? ¿Qué voz es esta que ha llegado a mis oídos?
Pues todos callan ante mí, yo callo ante todos. Veo, oigo y pienso. Así sabré todo lo que quiero. ¡Qué hermosa es la verdad, mejor dicho, estos bordes del manto de la verdad que alcanzamos a ver en la tierra, porque el cuerpo del manto y el de la verdad misma no se ven desde estos barrios!... Dios mío, me asombro de lo cuerdo que estoy.
ELECTRA. No hay ángeles, no, no... Oigo mi nombre, oigo el bullicio de los niños, que remueve toda mi alma. Son los hijos del hombre, que alegran la vida. Hermana Dorotea, diga usted a la Hermana Guardiana que vigile la puerta de la calle Nueva y la de la Ronda. DOROTEA. Voy, señor.
No oye Vd.? está Vd. sordo? A tí te lo parece. Pero señor, ¡si se oye tan bien!... ¿cómo es posible? Pero, ¿cómo lo sabes? Señor si lo oigo!.....
No soy profeta, no puedo deciros cuál será el efecto que produzca en el público, pero el público mío, que lo componen mis impresiones, y que se oculta bajo mis blancos cabellos, oigo que dice: «Aquí hay un genio». Ya tendremos ocasión de hablar más despacio.
Palabra del Dia
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