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Actualizado: 2 de julio de 2025
Me ha hecho llorar esta criatura; ¡pobre Pampa! ahora me duele haberla pegado ayer, tan injustamente... ¡qué hermoso día! para estar alegre, para ser feliz... No saldré hasta que tiíta no salga, si no, me atajaría en el patio, y me molestaría a preguntas, y quizá, no me dejaría marchar, de miedo... y va a salir, porque desde aquí la veo en el comedor, de velo puesto... hasta les oigo hablar, aunque no distingo lo que dicen: ¡esto es lo que más me aflige! ¡si yo no lo merezco, viejecitos de mi alma, que así os preocupéis por mí! soy un miserable, indigno de vuestro cariño, que no he sabido hacer vuestra felicidad, como era mi deber; ya lo veréis: Quilito muerto, quedaréis tranquilos, disfrutaréis en paz de vuestra rentita; y Quilito morirá, porque es un estorbo y una vergüenza para su familia, porque no quiere ser un segundo Agapo, como tiíta lo profetizó con tantísima razón... ¿otra vez llorando?... tiíta se levanta, sale... ya sonó la reja, ya está en la calle, ¿a dónde irá? a poner en práctica el medio de que me ha hablado, a arrastrarse, a cavar la tierra, como ella dice... ¡y por mi culpa! ¡ah! no merezco perdón: lo que he hecho es inicuo... no se moleste usted, tiíta: si el medio, el medio infalible, aquí lo tengo, en el bolsillo.
Me ha faltado poco para romperme la cabeza contra una de nuestras calderas. ¡Qué suerte! ¿Estará la otra por estos alrededores? Nada extraño sería. Los mismos motivos que han tenido para abandonar ésta tienen que inducirlos a soltar la otra. ¡Silencio! dijo Cornelio. ¿Qué hay? No oigo más los gritos de los salvajes, tío. ¿Habrán ya llegado al bosque? ¿Habrán advertido que los seguimos?
Atravieso un pais que me es desconocido, y oigo la siguiente proposicion: «este es el año de mejor cosecha que de mucho tiempo acá se ha visto en esta comarca.» Lo primero que debo hacer es parar la atencion en la persona que así lo dice. ¿Es un hombre anciano, rico propietario de la tierra, establecido en sus mismas posesiones, aficionado á recoger noticias y formar estados comparativos?
Oigo el roce de las plumas, el ahuecamiento del plumón con el viento fuerte, y hasta el crujido de la minúscula osamenta, rendida de cansancio. Después, nada. La noche, las profundas tinieblas, siguiendo a la escasa claridad del día, que sobre las aguas ha quedado retrasada. De repente advierto un estremecimiento, una especie de molestia nerviosa, como si hubiese alguien detrás de mí.
Mi mujer puede haber cometido inocentemente alguna imprudencia... ¡y ese sargento mayor ó ese demonio, está allí detrás de mí, en el fondo de la sala! le oigo coscurrear entre sus mandíbulas de lobo las cortezas de pan, ¡si yo me atreviera!... si yo me presentara á él de improviso... ¡si le preguntara!...
Verano e invierno, nunca oigo las cuatro en la cama; tengo la dentadura completa y como lo mismo que cuando don Sebastián venía con su sotana roja de monago a quererme quitar una parte del almuerzo. Vosotros los Luna siempre habéis sido flojuchos; tu padre, antes de llegar a mi edad, no podía menearse y se quejaba del reúma y de la humedad de este jardín.
Mucho lisonjean mi orgullo de madre interpuso Doña Blanca, esos encomios de Clarita que oigo en boca de V.; pero mi amor á la justicia me induce á creerlos exagerados.
Me parece que andas tan mal de la cabeza como del pecho.... Pero hombre, ¿aún te parecen poca cosa las revoluciones que hemos tenido? ¿Y aún crees que el país está tan salvaje como en esos siglos que has pintado a tu manera...? Pues yo añadió el sacerdote con ironía oigo hablar mucho de los progresos del país, y sé que hay ferrocarriles, y que los alrededores de las ciudades se pueblan de chimeneas, y hasta muchos impíos celebran esto, comparándolas con los campanarios de las iglesias.
Pero hay momentos en que temo que la culpa sea mía. ¿Qué habría hecho otra en mi lugar? La culpa la tiene ciertamente mi ignorancia, mi inexperiencia... »¿No quería o no podía hablar? Sin duda no quería ni podía. Una sola vez le pregunté: ¿Pero cómo? ¿Cómo ha sido?... Todavía lo oigo contestarme, desviando la mirada: «Otro día...» «En su opinión, el matarse no era un mal imperdonable.
El pobre murió de mala manera. ¿Le conoció usted?... No, hija mía. Siga usted, que la oigo con mucho interés.
Palabra del Dia
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