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Actualizado: 1 de julio de 2025
El, mientras hacía jugar el resorte del claque, ensayaba la petitoria de ordenanza, algo para llevar en el bolsillo, dos pesos siquiera, que le prometía devolver intactos; como después del teatro, es fuerza ir a tomar cualquier cosa al café y cuando llega el momento de pagar al mozo, es costumbre echar mano a la cartera, discutiendo con los amigos el mejor derecho a satisfacer el gasto, él, siempre que llegaba el caso, mostraba el billete sin soltarlo, mientras daba tiempo al vecino de saldar cuentas. ¡Qué papel iba a hacer aquella noche si no tenía dinero que mostrar! dos pesos siquiera... la tía era bastante rica, porque poseía su rentita de las cédulas hipotecarias y el alquiler de la casita aquella. ¡Buen alquiler te dé Dios! cien pesos, que el inquilino, un herrero con más hijos que días tiene el año, no le pagaba nunca, siempre llorando lástimas y pidiendo prórrogas.
Luego, ¡menos gastos! ¡si en aquella casa nunca se acababa de pagar sus cuentas! ¿se figuraba, acaso, que tenían algún tesoro escondido? Ni la rentita de las cédulas, ni el sueldo de don Pablo alcanzaban para cubrirlas. La situación de la familia no permitía aquellas ruinosas liberalidades, de que él abusaba; ¿a dónde iban a parar por aquel camino? El joven dió un bostezo.
Palabra del Dia
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