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Si alguien desea haceros una oferta igual a vuestra estimación, que lo haga. Yo estoy por la paz y la tranquilidad, eso es. , eso es lo que desea todo, perro que ladra así que se le amenaza con el palo dijo el herrador . Pero yo no tengo miedo ni de un hombre ni de un fantasma, y estoy pronto a apostar lealmente. Yo no soy un gozquijo que dispara.

Viendo el cacique de los Paunacas tanta miseria y pobreza en aquella gente le convidó cortesmente para que fuese á su tierra, donde con más comodidad podría repararse y recobrar sus fuerzas. Aceptó el Padre al punto la oferta, no tanto por restituirse á su salud, de que no se le daba mucho, cuanto por anunciarles el nombre de Dios y ganar fieles á la Iglesia.

Me resigno a abandonar momentáneamente Lavardens, porque Pablo quiere ser soldado, entrar en Saint-Cyr, y sólo en París encontraré los maestros y recursos necesarios para ello. Llevaré allá a los dos niños, que se educarán juntos, bajo mi vigilancia, fraternalmente. Podréis estar seguro de que no haré la más mínima diferencia entre ellos. Era difícil no aceptar una oferta como ésta.

Esta niña, con sus ayunos y sus penitencias... dijo María de la Paz. ¿Quiere usted una taza de caldo? preguntó el clérigo; y se interrumpió antes de concluir, porque su hermana, con tanta presteza como disimulo, le tiró del manteo, indicándole la indiscreción de la oferta que acababa de hacer. Gracias, no es preciso: esto no es nada. Recójase usted temprano dijo la gorda.

Y añadí en voz alta: Veamos, señores, cuáles son esas proposiciones. Un salvo-conducto hasta la frontera y doscientos cincuenta mil pesos. No, no murmuró Antonieta casi imperceptiblemente. Todo es una traición. Generosa oferta dije sin perderles de vista un momento. Los tres se hallaban juntos y pegados a la puerta. Conocía bien a aquellos bandidos y no necesitaba las advertencias de Antonieta.

Díjome, en viendo que los tenía: "Hijo Pablos, mucha culpa tendrás si no medras y eres bueno, pues tienes a quién parecer; dinero llevas, yo no te he de faltar, que cuanto sirvo y cuanto tengo para ti lo quiero." Agradecíle mucho la oferta; gastamos el día en pláticas desatinadas y en pagar las visitas a los personajes dichos.

Al pasar junto a mi desconocido, que continuaba inmóvil en el mismo lugar, le manifesté mi sentimiento por haber aceptado su oferta y el deseo de poder corresponder a su atención. Nada más fácil me dijo; acabo de saber que es usted Meyerbeer. No tengo ese honor. O que es usted uno de los autores del Roberto el Diablo. Del libreto nada más.

De repente vi que la puerta se abría algunas líneas, como movida por el viento, o impulsada quizás por una mano para probar si cedía. Retrocedí, apartándome de la puerta cuanto pude y guareciéndome tras la mesa de hierro en la posición que dejo descrita. Acepto su oferta, señores grité, confiando en su palabra de caballeros. Si se toman el trabajo de abrir la puerta...

El olor de la tierra labrada es algo acre, pero muy grato. Lo que olía bien, eran unas mentas que vi al borde del pantano. Siento no haberme traído ramas. ¿Quiere usted que vaya por ellas? Pronto estaría de vuelta.... ¡Jesús, María y José! ¡Qué disparate, Don Ignacio! ¡ir ahora por las mentas! dijo Lucía; pero el placer de la oferta tiñó de púrpura su rostro.

Pronto me arrepentí de esta precipitada oferta, y la tuve por grandísima tontería en la parte que se refiere a juicios generales de crítica y a opiniones sobre el género literario que más se cultiva en España.