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Actualizado: 4 de junio de 2025
Delaberge obedeció y suavemente apoyada en él, trató la señora Liénard, a fuerza de amabilidades y de exquisitas atenciones, hacerle olvidar las palabras poco meditadas que hubiesen podido molestarle.
Las redondas mejillas de Sofía eran sonrosadas y suaves, los grandes ojos de Sofía eran muy brillantes y azules, y la muselina blanca del trajo escotado de Sofía descansaba muellemente sobre sus hombros blancos y rollizos. Sofía miró al maestro y el maestro asintió con la cabeza. Entonces Sofía dijo con dulce voz: ¡Josué mandó al sol que se parase y le obedeció!
En ese momento Pepa alcanzaba un nuevo mate al Chucro, que le decía, en su tiránica forma acostumbrada: Con la carne que sobró de ayer haceme un churrasco al asador. Otra vez obedeció servilmente la Pepa. Puso el churrasco en el asador y se quedó contemplando a su amo y señor en una actitud que rayaba en frenética adoración...
Señorita... le dijo el desconocido en tono grave, pero respetuoso. Y al ver que la tía aún permanecía allí, le hizo seña de que saliera. Esta obedeció acto continuo, porque precisamente tenía que dar órdenes para la comida. Señorita continuó el joven, está usted en su casa, y mi deseo es que se encuentre bien en ella y sea dichosa.
Las garrochas que llevaban al hombro eran tan gigantescas en la sombra, que su línea obscura perdíase en el horizonte. A un lado brillaba el curso del río como una lámina de acero enrojecida medio oculta entre hierbas. Doña Sol miró a Gallardo con ojos imperiosos. Cógeme de la cintura. El espada obedeció, y así marcharon, con los caballos juntos, unidos los dos jinetes del talle arriba.
Cayé vió que poco podía esperar de aquel delirio, y se inclinó disimuladamente para alcanzar a su compañero de un palo. Pero el otro insistió: ¡Andá al agua! ¡Vos me trajiste! ¡Bandeá el río! Los dedos lívidos temblaban sobre el gatillo. Cayé obedeció; dejóse llevar por la corriente, y desapareció tras el pajonal, al que pudo abordar con terrible esfuerzo.
Rocafort obedeció, y dejando para la guarnicion de la armada quinientos Almugavares, con lo restante de la gente tomó el camino de Epheso, adonde llegó acompañado de Montaner dentro de dos dias. Esta ciudad es una de las más señaladas de toda el Asia por su famoso templo dedicado á la diosa Diana.
Ahora mismo te llevaremos a un sitio donde puedes quedar bien persuadido... ¡Manuel! añadió sacando la cabeza por la ventanilla da la vuelta y llévanos a la calle de Atocha. Para delante de la iglesia de San Sebastián. ¡Vivo! Obedeció el cochero, entraron en la ciudad y llegaron al punto designado en pocos minutos. Se apearon allí y dieron orden de que el carruaje les esperase.
Temió que el gitano, en presencia de don Fernando, hablase de sus amores con la hija del padrino, y se apresuró a despedirle. Toma un pitillo y lárgate... mala sombra. Tu madre estará esperándote. Alcaparrón obedeció con la docilidad de un perro.
Quiero por el perro cien duros y por el caballo diez reales. Acepto, dijo el hombre, porque el precio de los dos juntos es razonable. 30 La buena mujer dió a los parientes de su marido los diez reales que recibió por el caballo y conservó los cien duros que recibió por el perro. Así obedeció a su marido. Una vez había un pobre zapatero llamado Juan Bolondrón.
Palabra del Dia
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