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Actualizado: 4 de octubre de 2025
Mi tía le echó la culpa, sosteniendo que se le había puesto por delante; mi tío quiso rectificar, pero se le ordenó que guardase silencio, y obedeció.
Animado, no obstante, de una esperanza loca, volvió corriendo a las cuadras, sacó su hermoso caballo de silla, y, poniéndole un freno, saltó sobre él en pelo, y se lanzó igualmente a escape por la carretera de Nieva. No llevaba espuelas ni látigo, mas el bravo animal obedeció a su voz, mejor dicho, a sus rugidos, y tomó un escape violentísimo. Los ojos del caballo veían el camino.
Y el señor Tomás empezó: Hoy hace un año, hermanos y hermanas en Jesucristo dijo con severa pausa, un año cumple hoy, que mi hijo regresó de correr los lodazales del vicio y de gastar su salud con las hijas del pecado. La risa cesó de golpe. Véanle ahora, ¡Carlos Tomás, levántate! Carlos Tomás obedeció. Hoy hace un año y ahora pueden contemplarle.
Llego el Infante á la isla casi al mismo tiempo que Montaner con toda la armada, y despues de haberle referido la maldad de Rocafort, y perdida de tan buenos caballeros como eran Berenguer de Entenza, y Fernan Jimenez de Arenós, le mandó de parte del Rey, y suya que no se partiese de su compañía. Obedeció Montaner con mucho gusto, porque estaba rico y temia á Rocafort aunque era su amigo.
En las demás cosas de la vida estaba sometido siempre al entendimiento y a la voluntad de su hermana Poldy, a quien él amaba en extremo. Prohibiole ésta que hablase con nadie del encuentro de la cigüeña, de los versos y de la traducción, y el Conde Enrique obedeció y se lo calló todo. No quería Poldy que su madre se enterase de nada.
Obedeció maquinalmente el doctor, abrió la carta y después de leerla de un tirón alargóla a su sobrina que con un gracioso ademán la rechazó y le dijo: ¿Para qué, tío? ¡Si ya me imagino lo que dice! ¿Sólo palabras ha visto usted en esa carta? preguntó con viveza Antonia arrebatándosela y devorándola de una ojeada.
Bartolomé, que quisiera más descansar que mudar de posada, pesóle de la mudanza; pero, en efeto, obedeció a sus señores. Llegaron a la iglesia, donde fueron bien recebidos del cura y del jadraque, a quien contaron lo que Rafala les había dicho.
Las gentes a cuyos manejos obedeció el viaje de Tirso a Madrid, le mandaron que esperase órdenes en la corte, y él entonces pensó en utilizar algunas de las amistades que, a la sombra de su misión, contrajo con gente de sotana, logrando entrar en una iglesia, donde, a título de suplente, ganaba algo, aunque poco.
¡Perdón! ¡Perdón! imploraba Angustias, en el candor de su alma intachable . Soy muy mala, pero a nadie he querido sino a ti. El amor me ha perdido, la desesperanza de amor. Ya te contaré y me perdonarás. Don Guillen, lívido, rígido, balbuciente, pidió: ¡Levanta, hermana! Angustias obedeció como una criatura pasiva. Entonces, don Guillen se arrodilló ante ella. Tú estás limpia.
¿Qué te ocurre? ¿Quieres que llame? ¿Quieres que vaya a avisar al médico? ¡Salga usted... salga usted! Núñez obedeció al fin. Sin consideración alguna en cuanto traspasó la puerta, Elena dio vuelta a la llave. Luego vino en dos saltos al antepecho y volvió a leer las tres palabras que su marido había escrito con lápiz la noche aciaga en que se apartó de aquellos lugares para siempre.
Palabra del Dia
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