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Actualizado: 14 de junio de 2025
Anhelaba decirle muy quedo: «¡Acuérdese usted!» pero no me atreví, y fue fortuna, porque muy pronto apareció a su lado un hombre, que trató de enlazar con su brazo el talle de la dama. Apartóse ésta rápidamente y oí la risa burlona de su compañero. Era Ruperto, que inclinándose hacia ella murmuró algunas palabras.
» Empieza. oí que decía una voz detrás de mí. » Volví la cabeza y vi al doctor. »El vals, como usted ya sabe, Antoñita, era uno de esos enloquecedores motivos de melancólico ardor que nadie sabía desarrollar sino el autor de Freyschutz, con su poderoso genio. »Yo no la sabía de memoria; tenía que ir, por lo tanto, descifrando las notas mientras tocaba.
Pero Gambetta dominó el tumulto, hizo bajar de la tribuna a Cassagnac, lo censuró, y calmó la agitación. He oído varias veces a M. Clemenceau, el gran orador radical. Le oí defendiendo a Blanqui, el condenado comunista, que había sido electo diputado por Burdeos. Es uno de los oradores que mejor habla y que posee dotes más notables.
Acababa de hacer estas reflexiones, cuando sentí sobre mí algo, más fuerte que yo; oí sin ver, y mudé de sitio sin andar. Ven conmigo, dame la mano. ¿Ves esa mancha enorme que se extiende sobre la tierra, y crece y se desparrama como la gota de aceite que ha caído en el papel de estraza? Es la segunda Babel. Estás sobre París. Mira los mortales de todos los países.
24 Y oí el sonido de sus alas cuando andaban, como sonido de muchas aguas, como la voz del Omnipotente, cuando andaban; la voz de la palabra, como la voz de un ejército. Cuando se paraban, aflojaban sus alas. 25 Y se oía voz de arriba del cielo que estaba sobre sus cabezas, cuando se paraban y aflojaban sus alas,
Pero entonces, en las pocas preguntas y en la actitud indescriptible de mi hija, yo no sé qué oí, qué vi de extraño, de sobrenatural, como si fuera el rayo de la justicia de Dios que comenzara a castigarme.
Es, pues, el caso, que como me estaba todo el día ocioso, y la ociosidad sea madre de los pensamientos, di en repasar por la memoria algunos latines que me quedaron en ella de muchos que oí cuando fuí con mis amos al estudio, con que, a mi parecer, me hallé algo más mejorado de entendimiento, y determiné, como si hablar supiera, aprovecharme dellos en las ocasiones que se me ofreciesen; pero en manera diferente de la que se suelen aprovechar algunos ignorantes.
Mire usted, D. Teodoro, cómo se pone mi hija; ya tiene en su cara todas las rosas de Mayo. Voy a ver lo que dice mi hermano... a ver lo que dice mi hermano. Retirose el buen hombre. Teodoro se acercó a la Nela para observarla de nuevo. ¿Ha dormido anoche? preguntó a Florentina. Poco. Toda la noche la oí suspirar y llorar. Esta noche tendrá una buena cama, que he mandado traer de Villamojada.
Menudo réspice le echó la fundadora a su sobrino cuando salieron. «Pero, hijo, me has quitado la devoción con tus paseos por la iglesia. Ya decía yo que te habías de cansar». Pues tía, para primer día de curso, no puedes quejarte. Todo es empezar. Ya ves que oí una misita. ¿Qué querías? ¿Que fuera como tú? Te aseguro que me satisfizo el ensayo.
En la cámara, mi amo hablaba acaloradamente con el comandante del buque, Don Francisco Javier de Uriarte, y con el jefe de escuadra, Don Baltasar Hidalgo de Cisneros. Según lo poco que oí, no me quedó duda de que el General francés había dado orden de salida para la mañana siguiente.
Palabra del Dia
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