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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Sobre la frente inmaculada de la joven se alzaba como un nimbo el oro de la barba rizosa de Salvador, que parecía hermoso con el victorioso encendimiento de sus ojos zarcos, la sonrisa de noble ufaneza y el bizarro alarde con que amparaba a Carmen junto al corazón.
Y besó con éxtasis aquellos ojos azules profundos, melancólicos, aquella tez nacarada, aquellos bucles dorados que circuían su rostro como un nimbo de luz. ¡Oh, qué hermoso pelo! ¡Qué cosa tan hermosa, Dios mío! Y apretaba sus labios contra él y hasta sumergía el rostro entre sus hebras con tanta voluptuosidad y ternura que estaba a punto de llorar.
Aunque él no le vio la cara, admiró la gracia y gallardía de su andar, la esbeltez y elegancia de su talle, cierto inefable prestigio seductor que como nimbo luminoso la circundaba, y la aristocrática belleza de sus blancas, lindas y bien cuidadas manos. La dama quiso ver cuanto de más rico en el bazar había.
A pesar de la expresión de tristeza que la envolvía por entero, los rayos del sol que se filtraban por el ramaje, ponían un nimbo de oro en torno de aquella fisonomía cándida y doliente. Corté unas violetas y se las di con palabras de ánimo, a las que ella respondió con una débil sonrisa.
La imagen de don Álvaro también fue desvaneciéndose, cual un cuadro disolvente; ya no se veía más que el gabán blanco y detrás, como una filtración de luz, iban destacándose una bata escocesa a cuadros, un gorro verde de terciopelo y oro, con borla, un bigote y una perilla blancos, unas cejas grises muy espesas... y al fin sobre un fondo negro brilló entera la respetable y familiar figura de su don Víctor Quintanar con un nimbo de luz en torno.
A pesar de tales protestas tomó las dos manos de Moreno entre las suyas y aproximó su cara á la de él, envolviéndole en el nimbo perfumado de su carne tentadora, al mismo tiempo que decía con entusiasmo: ¡Qué gran corazón el suyo!... ¿Cómo probarle mi gratitud por su ofrecimiento?
En torno de su cabeza retocada por la tintura y el colorete, parecía flotar con un nimbo aquella leyenda de triunfos galantes que evocaba su nombre. Las grandes damas disputándosele con sorda guerra; una reina escandalizando a sus súbditos con su ciega pasión por él; dos divas eminentes vendiendo sus diamantes por conservarle fiel en fuerza de regalos.
Se acordaba, además, de las palabras de su apoderado: de la arrogancia con que sabía espantar a los moscones molestos; de aquel jueguecito aprendido en el extranjero que la hacía manejar a un hombrón como si fuese un guiñapo... Siguió contemplando la blanca nuca, como una luna envuelta en nimbo de oro, al través de las nieblas que tendía el sueño ante sus ojos. ¡Iba a dormirse!
Al través de los cristales sucios percibíase la figura rígida de algún santo con nimbo de metal o el rostro sombrío y angustiado de un Eccehomo. Era demasiado temprano para que hubiese mucha gente.
Una hermosa barba patriarcal que le tapaba las solapas del traje parecía suavizar los salientes enérgicos de los pómulos y las fuertes articulaciones de su mandíbula robusta y prominente como la de los animales de presa. Tenía cana la barba, gris el pelo y, sin embargo, parecía envolverle un nimbo de juventud, de fuerza serena, de energía reposada y tenaz, que se comunicaba á cuantos le rodeaban.
Palabra del Dia
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