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Actualizado: 15 de mayo de 2025


María Teresa, que era muy buena nadadora, gozaba con delicia en el baño; se alejó un poco dejando a las jóvenes de Blandieres disputarse a Huberto entre risas, gritos y golpes de agua. Mientras nadaba, pensaba en el placer que tendría en hacer así largos paseos en la frescura del agua. Solamente que necesitaría un compañero robusto con quien no tuviera que temer ningún peligro.

-Es una ciencia -replicó don Quijote- que encierra en todas o las más ciencias del mundo, a causa que el que la profesa ha de ser jurisperito, y saber las leyes de la justicia distributiva y comutativa, para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene; ha de ser teólogo, para saber dar razón de la cristiana ley que profesa, clara y distintamente, adondequiera que le fuere pedido; ha de ser médico y principalmente herbolario, para conocer en mitad de los despoblados y desiertos las yerbas que tienen virtud de sanar las heridas, que no ha de andar el caballero andante a cada triquete buscando quien se las cure; ha de ser astrólogo, para conocer por las estrellas cuántas horas son pasadas de la noche, y en qué parte y en qué clima del mundo se halla; ha de saber las matemáticas, porque a cada paso se le ofrecerá tener necesidad dellas; y, dejando aparte que ha de estar adornado de todas las virtudes teologales y cardinales, decendiendo a otras menudencias, digo que ha de saber nadar como dicen que nadaba el peje Nicolás o Nicolao; ha de saber herrar un caballo y aderezar la silla y el freno; y, volviendo a lo de arriba, ha de guardar la fe a Dios y a su dama; ha de ser casto en los pensamientos, honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos, y, finalmente, mantenedor de la verdad, aunque le cueste la vida el defenderla.

Era la caza tal como se desarrolla en el feroz misterio del mar, la carrera de la muerte, la destrucción precedida de angustias y azares emocionantes. El pobre crustáceo, adivinando el peligro, nadaba hacia las rocas, para guarecerse en la grieta más próxima. Un pulpo salió tras de él, mientras los otros continuaban su digestión. ¡Se escapa!... ¡se escapa! gritó Freya, palpitando de interés.

¡Oh, madre Anfitrita!... Ferragut la describía lo mismo que si hubiese pasado ante sus ojos. Algunas veces, cuando nadaba en torno de los promontorios, como los hombres primitivos, sintiéndose envuelto por la fuerza ciega de las potencias naturales, había creído ver á la diosa desembocando entre dos rocas, con todo su risueño cortejo, luego de haber descansado en una cueva marina.

Nadaba instintivamente, adivinando lo que debía hacer antes de que se lo aconsejase su maestro. Despertaba en su interior la experiencia ancestral de una serie de marinos que habían luchado con el mar y algunas veces se quedaron para siempre en sus entrañas. El recuerdo de lo que existía más allá de la blandura golpeada por sus pies le hacía perder de pronto su serenidad.

Seguía creyendo, pero con cierta inquietud, en sus dos horas de aguante. ; contaba con ellas. Dos horas y más nadaba allá en su playa sin cansancio.

Aquel ser brillante, resbaladizo, con sus plateadas escamas, me causó sorpresa y entusiasmo difíciles de explicar. Traté de agarrarlo, pero esto fué tan difícil para , como retener el agua en mis manos. Parecióme idéntico al elemento do nadaba, y me imaginé confusamente que no era otra cosa que agua, agua animal, organizada.

También Paquito se arrojaba intrépido a las ondas de aquellos pequeños mares sucios, metidos entre esteras, y nadaba que era un primor, de pie sobre el fondo. A Alfonsín era preciso pegarle para hacerle salir, y la niña no entraba sino a la fuerza. Regresaban los cinco lentamente, los pequeños con apetito de avestruces, D. Francisco muy contento y también con propósitos de no desairar el almuerzo.

Afortunadamente Grano de Sal nadaba como un salmón; e incluso tuvo la coquetería de prolongar el baño, paseándose alrededor del brick como un tritón o una náyade, a vuestra elección; por fin entró por la porta de popa, diciendo con su acostumbrado estoicismo: «Prefiero eso que haber sido quemado vivo; a pesar de todo, me he divertido de lo lindo

D. Miguel, que desde adentro había creído percibir alguno de los extremos de este discurso, se empeñó en salir al atrio por ver su demostración; pero se lo impidieron D. Narciso y el sacristán. Lleváronle a la sacristía, y allí le tuvieron entretenido hasta que desapareció el peligro. Al salir la gente del templo, el sol nadaba en el espacio azul, bañándolo de luz y de alegría.

Palabra del Dia

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