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Actualizado: 27 de junio de 2025


La certeza de abandonar muy pronto este retiro le hizo ver con interés el interior de la torre al resplandor de una vela que acababa de encender. Su sombra, gigantescamente agrandada y vacilante por las oscilaciones de la luz, iba de un lado a otro en las blancas paredes, eclipsando los objetos que las adornaban o haciendo que brillasen el nácar de las conchas y el metal de la colgada escopeta.

Todo esto transfigurado por aquel ambiente de gabinete de amor iluminado por un inmenso fanal de nácar. Los crujidos secos de las ramas sonaban en el profundo silencio como besos; el murmullo del río le parecía a Rafael el eco lejano de una de esas conversaciones sostenidas con voz desfallecida, susurrando junto al oído palabras temblorosas de pasión.

Un estremecimiento corre por los brazos del joven pero no se atreve a enlazarle el talle; respira con dificultad; mira con fijeza el agua transparente a través de la cual resplandece el pie blanco de Gertrudis como una concha de nácar que hubiera en el fondo. Uno al lado de otro, permanecen sentados, en silencio. Delante de ellos, en la presa, las aguas mugen formando torbellinos.

Nos quedamos, pues, sentados el uno frente al otro, separados por el angosto madero de la cama, con los brazos apoyados en el borde, mirando al otro extremo el rostro de Marta, que un movimiento nervioso sacudía a cada instante; sus párpados parecían cerrados, las sombras de sus pestañas descendían hasta muy abajo en sus mejillas; pero, cuando uno se inclinaba hacia ella, veía brillar en el fondo de las obscuras cavidades el blanco de los ojos, con un lustre de nácar pálido.

Pero era en las horas de sol, en aquel mar de cristal azul, viendo allá bajo, a través de fantástica transparencia, las rocas amarillas con sus hierbajos puntiagudos como ramos de coral verde, las conchas de color rosa, las estrellas de nácar, las flores luminosas de pétalos carnosos estremeciéndose al ser rozados por el vientre de plata de los peces; y ahora estaba en un mar de tinta, perdido en la oscuridad, agobiado por sus ropas, teniendo bajo sus pies ¡quién sabe cuántos barcos destrozados, cuántos cadáveres descarnados por los peces feroces!

Después de almorzar, bastante después, cerca ya de las cuatro de la tarde, apareció a lo lejos la silueta elegantísima del primogénito del Sr. Corneta. Se acercó sonriente, benigno, y todos pudieron admirar sus botas de gamuza, el pantalón de punto con botoncitos de nácar a los lados y la preciosa americana de franela que ceñía su talle.

También recordaba ahora, como si los tuviera presentes ante sus ojos, algunos objetos del salón; así una mesita de caoba tallada, incrustada en los bordes con dibujos de nácar, luego dos grandes candelabros de cobre que figuraban dragones fantásticos, y una jarra de alabastro, sobre la cornisa de la chimenea, con pomposas flores de terciopelo lila.

Su amor lo tiene oculto en la urna del decoro: sácalo, pues, como se saca la perla de Ormuz del nácar de la concha, y serás feliz. "Si no lo amas, ella morirá como la flor entre arenales; búscala y descúbrela, y toma estas señales para reconocerla.

Arriba en la inmensidad lívida, una pequeña nube, un encaje de luz rosada y pura, se irisaba como una maravillosa concha de nácar. Del alma de Adriana huían los pensamientos mezquinos y sus ojos se abismaron en la tristeza del firmamento pálido. Las cosas pasadas en aquellos días surgieron como fantasmas que bailaban precipitadamente en el sitio donde había desaparecido el sol.

Nélida, nuestra amiga Nélida, con su escolta de admiradores dijo Maltrana . Todas las naciones de a bordo están representadas en este séquito amoroso. Sólo faltamos nosotros; pero tengo la certeza de que si usted no va a ella, ella le buscará. Admiraba su boca de «tigresa en celo», según él decía; boca de húmedo carmesí, en la que brillaba luminoso el nácar de una dentadura voraz.

Palabra del Dia

rigoleto

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