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Actualizado: 11 de julio de 2025


La encuentra sentada a la ventana, con una tela blanca sobre las faldas. Está pálida y fatigada, pero ilumina sus facciones la melancolía apacible que es propia de los convalecientes. Tiende la mano a Juan con una sonrisa. ¿Cómo estás? pregunta él dulcemente. Bien, como ves responde ella mostrando la tela blanca. Ya estoy pensando en el baile. ¿Qué baile? pregunta él con admiración.

La enferma, arrodillada ante el altar sin soltar los zapatos, mostrando por entre las faldas las plantas de los pies amoratadas y sangrientas por los arañazos de las piedras, repetía el estribillo al final de cada estrofa, implorando la protección de la Virgen. Su voz sonaba débil, triste, como un vagido de niño enfermo.

El viento pasaba con la hora en brazos por encima de la Plaza Mayor y se iba hasta Palacio, y aún más allá, cual si fuera mostrando la hora por toda la Villa y diciendo a sus habitantes: «Aquí tenéis las doce, tan guapas». Y luego tornaba para acá, ¡plam!... ¡ay!, era la última. El viento entonces se largaba refunfuñando.

Que no viene... Usted se convencerá, usted lo verá... Al tiempo... Pues al tiempo. Que no, hombre, que no. Si hasta que venga el Príncipe no le llevan a usted a su ramo, menudo pelo va usted a echar... Si no se trata aquí de que yo eche pelo ni de que no eche pelo manifestó D. Basilio incomodándose un poco y mostrando el palillo deshilachado.

Entraron en la Comisaría por entre varios grupos de mujeres andrajosas con niños al pecho y hombres de mísero aspecto, todos mostrando repugnantes enfermedades: cegueras purulentas, costras roedoras, abcesos que desfiguraban sus miembros, retorciéndolos. Esperaban su turno para la consulta gratuita. Un fuerte olor de antisépticos impregnaba el ambiente.

El otro corrió, loco de dolor y de sorpresa, de un lado a otro de la plaza, con el vientre abierto y la silla suelta, mostrando por entre los estribos sus entrañas azuladas y rojizas, semejantes a enormes embutidos. Arrastraban las tripas por el suelo, y al pisárselas él mismo con sus patas traseras, tiraba de ellas, desarrollándolas como una madeja confusa que se desenmaraña.

Lo que había dicho Angela, era cierto: se iban a la estancia, en junio, en el rigor del invierno, porque su padre... su padre estaba arruinado, y su hermano arruinado, y todos, todos, absolutamente arruinados. La ahogaron los sollozos. Pasó mucho tiempo sin que pudiera hablar, sorda a las palabras de su hija, que se esforzaba en animarla, mostrando cristiana resignación. ¡Estaban arruinados!

Amalia la recibió cordialmente, pero mostrando cierta sorpresa e inquietud que Micaela no observó. Entraron en materia enseguida. La cuestión de trapos embargó por completo sus espíritus. Amalia llevó a su amiguita hacia el balcón. Pero no habían hablado muchas palabras, cuando ésta creyó percibir un débil gemido en la misma estancia.

Abría la puerta de la pequeña iglesia fresca y sombría como una bodega, mostrando en el fondo, metida en un altar barroco de oro apagado, la pequeña imagen con el manto hueco y la cara negra. El buen hombre, recitaba a toda prisa, como quien la sabe de memoria, la historia de la imagen. Era la Virgen del Lluch, la patrona de Mallorca.

¿Por qué la has roto? ... dijo Lázaro, deplorando no tener aquel documento. ¿Y no recuerdas haberme visto á mi aquella tarde? Si, ; lo recuerdo contestó, mostrando que nunca había olvidado tal cosa. Entraste muy enfadado. Yo estuve llorando toda la noche. Después me dió un mareo en la cabeza ... Yo creí que me iba á morir, y me alegré.

Palabra del Dia

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